Y
si... ¡uf!, la verdad es que da miedo, y sin embargo... molaría un
montón ¿no?.
Ya
no queda nada para esta carrera; marea pensar el número de horas que
hay mantener el cuerpo funcionando aunque sea al ralentí para
completar los cuatrocientos y pico kilómetros de que consta esta
brutalidad.
Acongoja
hacer cábalas sobre como será encontrar el camino entre la niebla,
imaginarte perdido por cualquiera de esos espacios abiertos repletos
de pequeñas trampas naturales en cada esquina que en esta época del
año, seguramente no serán tan diminutas como te gustaría; y sin embargo estás expectante y animado.
El
agua garantizada, la nieve segura, el frío, ese compañero inseparable de
viaje con el que más vale trabar amistad desde el principio, porque
si se convierte en tu enemigo sabes que no habrá posibilidad alguna
de continuar la aventura, incluso harás bien en pensar en lo
inimaginable.
Te
preparas al principio con método, incluso con cierta dosis de
inteligencia, te haces preguntas, amplías tus contactos en busca de
algunos consejos, calculas lo que vas a necesitar, coges una hoja en blanco,
porque no sabes donde tienes la lista que utilizas otras veces y
haces acopio de todo lo necesario antes de comenzar a tachar. Sin
embargo la semana antes comprendes que es imposible llevar todo lo
que has acumulado sobre la cama de esa habitación que solo usas para
tus trastos, y te pierdes entre las mallas de invierno, pantalones,
camisetas técnicas, calcetines, cortavientos, las bragas siempre
imprescindibles, ese pequeño botiquín que te ha acompañado en
algunas ocasiones, las frontales, bastones, crema, zapatillas, botas
y crampones, las raquetas de nieve, los rollers, los esquíes, las
gafas de sol, y claro salvo que te permitan llevarte contigo la mula,
a ver quien es el guapo que carga con todo; con razón te repite una
y otra vez tu pareja que necesitas una casa entera para ti solo.
Estás
preparando el petate, al tiempo que los puntos de avituallamiento y
caes en la cuenta de en el capítulo de alimentos habías puesto
sales y hasta unos trocitos de cecina de León bien curada, pero
habías olvidado algo esencial, los geles y las barritas que algunas
veces te dan la vida; por un momento te cabreas, te insultas y hasta
que caes en la cuenta de que aún tienes cosas en la lavadora de la última
vez; te preguntas que sentido tiene todo esto cuando lo único que
quieres es correr y pasar el rato, pero continuas ya más calmado
porque aún te quedan por controlar tres puntos importantes donde
poder alimentarte en condiciones, cambiar ropa y echar una cabezadita en este punto que estás mirando sobre el plano, que en concreto será de quince minutos que
consideras suficientes para alcanzar la próxima base, a 80kms de
distancia.
Hablas
lenguajes a veces antiguos y a veces modernos, utilizas medidas
impensables como la micra (Del griego Mikros = pequeño); ya nadie
habla de echar una cabezadita, ahora son “micro sueños”.
Eres
capaz de razonar en este mundo irracional en el que te mueves, en
parte porque como tantos otros eres hijo de las montañas, y la
perspectiva que te da tu experiencia es abrumadora; sabes que lo que
parece cerca está lejos y lo que parece lejos está aún más lejos,
pero que piano piano se llega al fin del mundo; lo que no evita que
te venga a la mente tu último abandono, sabías que no estabas para
aventuras, pero cuando te quisiste dar cuenta ya estabas con los
demás en la línea de salida; incluso más de un amigo te comentó
algo sobre tu aspecto, y al final pasó lo que tenía que pasar;
puede que algún otro en tu caso hubiera intentado seguir, pero son
ya muchos años y puedes estar un poco loco, pero no eres un suicida.
Recuerdas
también como durante alguna de esas pruebas de ultra resistencia, el
cuerpo va perdiendo fuelle, la descoordinación aparece cuando menos
lo espera, notas que estás pero no estás; hay momentos en que eres
capaz de tropezar hasta con una moneda de cinco céntimos; a veces
sufres episodios de alucinosis, recuerdas aquella vez que veías
osos al pie de la hoguera bailando frente a ti en la oscuridad de la
noche, te abruma un infinito cansancio que te exige dejarte caer allí
mismo y descansar “por fin”; te mueves, pero en realidad no sabes
porqué; recuerdas a alguno de tus compañeros que murieron de
hipotermia por culpa de esa apremiante cabezadita que se convirtió
en sueño eterno.
Eres
consciente de que tu mayor peligro es el tiempo libre, sabes por
experiencia que durante los periodos de descanso, tu cuerpo y tu
mente intentan compensar los excesos dejándote el cuerpo totalmente
destartalado y la mente obnubilada. Por eso mismo prefieres meterte
un par de ultras para desatascar en vez de parar y recuperar como es
debido.
Ya
hace mucho tiempo que no te sorprendes cuando te topas por ahí con
una dama; siempre te ha dado la impresión de que entre mayor es la
distancia, menor es la diferencia entre sexos. De hecho, has conocido
algunos casos extraordinarios (si podemos definir como ordinaria a
una mujer que es capaz de correr más de trescientos kilómetros del
tirón). Incluso tienes la impresión de que a medida que pasan
los años y mayores son las incorporaciones a este mundo de la ultra
resistencia, más avanzan ellas y menos nosotros.
Pero centrémonos en lo
que tenemos por delante que este año en cuestión de retos va a
dejar en pañales a los anteriores; de momento antes de que termine
el mes que viene tienes por delante unos 700 kms, así que vamos al
lío, que los retos que vienen serán aún mayores y algún día la
mente, el cuerpo o ambos a la vez, dirán basta y para entonces ya
solo podras alimentarme de recuerdos.