Todos o la gran mayoría
hemos oído hablar alguna vez de la inteligencia emocional; algo por
lo que todos hemos pasado alguna o muchas veces en la vida. La
inteligencia emocional nos afecta cuando en medio de una negociación
más o menos importante, somos acosados por nuestras emociones; pues bien del
control de estas se derivarán comportamientos capaces de resolver la situación
o incapaces de encontrar una solución.
Es posible que la emoción
en la fase previa de un cazador de mamuts fuera un aumento de su
frecuencia cardíaca, incluso puede que sin saber muy bien porqué se
relamiera de gusto ante la posibilidad de una caza que le
proporcionaría a posteriori un estado de relajación bien merecido.
La emoción es un estado
transitorio, de modo que tiene un tiempo de caducidad por lo que en
función de la pasión del individuo o del descontrol de su propia
energía (tenía un repente que pa qué)
el mismo estado emocional, en unos individuos, implica una actuación
inmediata mientras que en otros a veces ni se llega a producir
movimiento alguno.
Cuando la emoción se
transforma en zozobra, hablamos ya de ansiedad; si de esta pasamos a
la angustia y de aquí al temor, la probabilidad de que rechacemos
cualquier salida lógica será bastante probable, en cuyo caso no
habremos sido capaces de resolver la situación que nos originó
aquella emoción.
La razón y la pasión se
enfrentan a menudo en nuestras vidas, con la primera el acto de
pensar sobresale del resto, con la segunda ese sentimiento tan
intenso anulará la capacidad de diferenciar entre una y otra cosa,
con lo que el resultado siempre será imprevisible.
La vida incluso para dos
hermanos gemelos puede ser muy diferente, y a la hora de valorar la
inteligencia emocional de cada uno, hay múltiples factores de los
que echar mano; a veces pasarlas canutas puede ayudar a enfrentarse a
diversas situaciones, a veces la repetición de un mismo acto
también, la capacidad de observación de nuestro entorno también
sirve; el temperamento, la motivación e incluso la capacidad de
tomar decisiones influyen en gran manera.
Llegar a tener una alta
cualificación en lo que a inteligencia emocional se refiere, se
puede lograr con mucho trabajo, con educación, con la ayuda de los
mejores padres y maestros, pero hay un factor que como en otras
tantas cosas influye de un modo no determinante, pero sí importante,
y esa clave no es ni más ni menos que el tipo de genes que hayamos
heredado de nuestros ancestros.