RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

29 ago 2018

PABLO VILLA








Hoy he recibido una llamada de Pablo, que si por un lado no esperaba, tampoco me sorprendió.

Generalmente me suele llamar después de algunas carreras para contarme como ha ido la cosa, pero esta vez era algo pronto ¿pronto? ¿o era el momento justo?.
  • Paco, me he retirado, tenía unas pequeñas molestias en la planta de un pie y no estaba ya disfrutando de la carrera, de modo que no me lo he pensado mucho y he decidido dejarlo aquí a falta de nada.
  • ¡Bien!, le he respondido has hecho lo que debías hacer.
  • Lo cierto es que me he encontrado fenomenal, mejor que nunca, pero tras perderme, tal vez se me ido un poco la cabeza y a pesar de quedar tan poco para terminar y a pesar de los ánimos de la gente, creo que he tomado la decisión correcta.
  • Por supuesto Pablo, estoy contigo, me alegra que hayas tenido esa capacidad de decisión, porque no es tan fácil como parece.
Me ha sorprendido un poco la tranquilidad y la seguridad con la que me lo estaba contando, y no le dije me alegro, pero me alegré. Más de uno pensará que estoy tonto, y puede que tengan razón, pero desde mi punto de vista, como entrenador llevaba mucho tiempo esperando este momento en el cual el deportista se sobrepone a cualquier circunstancia y sigue su camino como si nada; porque a ciertos niveles el circo mediático te absorbe tanta energía que dejas de ser tú mismo para convertirte en una marioneta de los medios; y una vez dentro cuesta lo suyo salir.

Podría haber continuado, incluso podría haber terminado tal vez primero, segundo o tercero lo cual no está mal, pero llevamos entrenando muchos años, no para saber ganar, que eso sucede sin querer cuando alcanzas un estado óptimo de forma, sino para saber estar; a Pablo hoy le ha salido la verdadera vena de campeón y me agrada mucho que haya tenido la valentía de reconocer qué cosas importan en la vida y cuales carecen de importancia.

Brindo por la que creo ha sido tu mejor carrera hasta el momento. 

Pablo, sigue así que el camino es largo.






















28 ago 2018

Pánico


Pasaba por ser una de las tres carreras más famosas del mundo y de las tres, la más complicada de terminar. El índice de abandonos venía siendo del orden del 80% y sin embargo, cada año había más gente peleando por una plaza. El terreno interminable pero sobre todo de una belleza apabullante había sido en su día casa de los indios Cheroquis que en su forzosa emigración a causa del implacable expansionismo blanco, buscaban a veces los emplazamientos más complicados de encontrar.

Mi participación fue a modo de reportero (yo ni periodista ni nada, pero un buen enchufe siempre lo soluciona todo), de modo que allá me fui con mi pasaporte colgado al cuello, porque sin él todo el mundo sin importar color, raza o religión era expulsado inmediatamente de la carrera sin contemplaciones.

Salió la carrera no a la estampida como suele ocurrir muchas veces en Europa, sino al ralentí, como a cámara lenta, se me hacía raro ver tanta parsimonia en una competición tan bien catalogada, de modo que durante lo que me pareció una eternidad disparé un montón de veces; aún así no habían pasado tres kilómetros y ya se perfilaba a lo lejos perfectamente la cabeza de carrera.

Mi amigo Zachary me estaba esperando de modo que una vez en el todo terreno, me prometió las mejores vistas que hubiera visto jamás. Ciertamente, ya lo que se veía desde el vehículo era alucinante a pesar de que las montañas no eran más que pequeñas siluetas tras cientos de árboles milenarios.

Me dejó a la altura del kilómetro treinta (primer tercio de carrera) frente a una subida interminable con una pendiente alucinante en la que daba la impresión de que los corredores ascenderían directamente a las nubes. Comencé a caminar, pues a pesar de la gran ventaja sobre los primeros corredores, no tenía yo muy claro que pudiera llegar por delante.

No hacía mucho calor, y sin embargo, en unos pocos minutos ya no tenía ni un centímetro de piel que no estuviera empapado de sudor. Si he de ser sincero, por un momento me vino la idea de quedarme donde estaba, pues no se adivinaba aún el final y ya llevaba mis buenos cuarenta minutos trepando. Por los ruidos deduje que los primeros ya estaban comenzando a subir; aún tenía una buena ventaja, pero no las tenía todas conmigo.

De pronto pude vislumbrar un picacho allá a la izquierda, luego otro, y otro más; era una visión sobrecogedora, pero la altura ya me estaba pasando factura y cada vez notaba como iba más despacio. Al fin vi a alguien de la organización, pero como yo de inglés se tanto como de mecánica cuántica solo pude deducir por sus gestos lo que mi cuerpo ya me venía anunciando desde hacía rato, a saber, que vaya paliza que me estaba pegando. Muy amable me ofreció bebida isotónica y me dijo que la mezclara con medio limón y luego me añadió unas gotas de una cosa que el llamaba pisco.

Sería el corto descanso o el limón, pero como que me costaba un poco menos subir; de repente ya tenía encima al primer clasificado que no parecía tocar con los pies en el suelo de lo ligero que venía, así poco a poco me vi rodeado de participantes mientras hacía fotos y seguía subiendo. Los picachos eran ahora picos enormes, alguno poco visible por las nubes; se quedaba uno alelado ante aquél majestuoso paisaje y en unos metros todos giraban a su derecha y desaparecían inmediatamente de mi vista por lo que deduje que me quedaba muy poco para hacer esta primera cumbre.

Por fin llegué a lo que parecía un montón de tierra, una pequeña loma de unos setenta centímetros de alto; a medida que me iba aproximando las montañas se acercaban, y con ellas el vacío; de frente, tras esa pequeña loma, una caída totalmente vertical de más de cuatrocientos metros como no había visto en mi vida; fue entonces cuando me dio un vuelco el corazón al ver por donde tenían que continuar los corredores, pues al lado derecho del precipicio, un pedrusco saliente al vacio como de metro y medio de largo por medio de ancho, era el siguiente punto de apoyo, y durante aproximadamente un kilómetro, una serie sucesiva de terrazas de un tamaño similar marcaban lo que a mí me pareció un descenso suicida.

Me disponía a continuar, cuando noté como una niña de unos cinco o seis años de ropajes y aspecto indio, se agarraba con fuerza a una de mis piernas; para cuando me pude recobrar del susto, observé como una de sus piernecitas estaba suspendida en el vacío; no se si habría resbalado o qué, pero la agarré en brazos y me senté un momento a recuperarme del susto. A partir de ese instante, mientras más y más corredores me alcanzaban, ella señalaba el camino de vuelta con tanta insistencia que no me quedó más remedio que desandar el camino.

Como la niña no parecía querer bajar de mis brazos, hubo momentos en que besé el suelo con el culo; utilicé todos los trucos conocidos y por conocer para bajadas con gran pendiente, pero eso no evitó que en muchos momentos patinara, ni que llegara abajo casi sin suela y abrasiones en piernas, hombros y codos. Una vez allí, la deposité en el suelo y para mi estupor comprobé que aquella no era la niña que había encontrado arriba, ya que aunque tenía cierto parecido, ni siquiera llevaba la misma ropa; el caso es, que hizo un gesto a modo de saludo de despedida, sonrió dulcemente y desapareció de mi vista entre la arboleda.

Ya por la noche, en la tienda le conté a mi amigo Zachary lo sucedido; sonrió y me dijo que había una antigua leyenda en la que muchas décadas atrás, jóvenes guerreros utilizaban esta misma travesía para demostrar su valentía. Se perdieron varias vidas hasta que le tocó a Alce Rojo, un jovencito de doce años que cayó por un pequeño hueco que habían abierto las últimas lluvias; en el instante mismo de la caída fallecieron sus dos hermanas luna roja y luna amarilla, que desde entonces, cuando olían el miedo en alguno de los guerreros se le aparecían y con diversas artimañas lo llevaban de nuevo abajo, conscientes de que el miedo atenaza y la prudencia libera. La moraleja, viene a decir que no hay más valentía en continuar que en volver ; y sin embargo mucha estupidez cuando uno se empeña en seguir sabiendo que no es su momento (bien lo saben los muertos) .

16 ago 2018

VILLALFEIDE 2018



Ya que el personal es más adicto a los cromos que a las letras, voy a ahorraros los comentarios y vamos directamente con unas pocas fotos...