La modernidad implica por lo general y sin excepción la destrucción sistemática de prácticamente todo lo conocido para realizar un cambio hacia lo “nuevo, lo moderno, lo más reciente, haciéndonos ver que esto será para mejor; pero la realidad nos demuestra que en la mayoría de las ocasiones se produce el efecto contrario, es decir mayor dependencia del sistema, disminución paulatina de la libertad individual y por lo tanto más esclavitud.
Desde que nacemos, el sistema, nos incluye en un compartimento del que ni muertos podremos salir jamás. A lo largo de nuestra vida los archivadores van engordando cada vez más con diferentes tipos de datos, fichas, documentos de identidad, posesiones,cuentas bancarias, declaraciones de hacienda y hasta nuestros propios pensamientos que ahora con la supuesta inteligencia artificial forman parte de un temible banco de datos, que quien sabe si en algún momento se volverá en nuestra contra en función a quién le corresponda apretar el botón rojo; así de nimia e insustancial puede llegar a ser la vida de un ser humano para las entidades que nos manejan como monigotes.
Hay avances significativos a lo largo de la historia, y bien administrados habrían supuesto una gran mejora indudablemente y sobre todo en los ámbitos laboral y temporal al poder disponer de más tiempo para nuestro recreo; pero cuando se observa en toda su amplitud, vemos que las mejoras para los ciudadanos han sido superfluas y sobre todo muy cortas en el tiempo (pan para hoy, y hambre para mañana), de tal modo que si nos atuviésemos a la relación entre esas innovaciones y el margen de tiempo ganado, tal vez en estos momentos la jornada laboral debería andar alrededor de las cuatro o cinco horas más o menos (adiós al paro).
Ahora todo el mundo está a vueltas con lo de la inteligencia artificial (en realidad el mundo se mueve a golpe de publicidad, desinformaciones y lenguaje modificado). Paro ¿qué sabe esa inteligencia de la parte espiritual del ser humano?; se supone que eso nos va a liberar de prácticamente cualquier trabajo, de tal forma que ¿solo trabajarían las máquinas?. Si ya nos echamos a temblar con lo de controlarnos con el euro digital, imagínense un robot al que se le funde un fusible y aprieta lo del botón nuclear pensando que abre el grifo del agua caliente.
Los de la famosa agenda nos hablan sin cortarse un pelo, de un “universo” donde hasta los marcianos “no tendrán posesiones pero serán felices”, y eso en un mundo más y más esclavizado y más y más dependiente de aquellos que controlan las nuevas tecnologías, nos suena al chocolate del loro que es algo más de lo que nos dan regularmente los gobiernos en cualquier parte del mundo siempre con bonitas palabras y siempre por nuestro bien.
Todos esos supuestos regalos que provienen de las instituciones habitualmente tienen una contrapartida como ya vienen haciendo estamentos como la troika, y resto de organismos a nivel mundial desde hace décadas y de llevarse a cabo esos planes, para cuando alguien quiera rebelarse y volver a la situación anterior verá que ya no es posible (también nos lo advierten, “esto ha venido para quedarse”).
Todo lo sucedido a lo largo de los últimos siglos fundamentalmente donde las innovaciones han sido vertiginosas, nos ha demostrado que la humanidad se divide en dos o tal vez tres clases, los que están abajo, los que están arriba y los que están aún más arriba. La capacidad de destrucción del ser humano es más que generosa, no solo con su entorno, sino y sobre todo con sus congéneres que se supone deberían importarle algo, dado que todos tenemos abuelos, padres, madres y en ocasiones hermanos o primos sobre los que podríamos derramar nuestro afecto; pero asistimos impertérritos desde el origen de los tiempos a guerras y más guerras siempre a la vuelta de la esquina, y donde constantemente unos se benefician y otros pierden (inclusive la vida). ¿hasta cuándo?...