TOREROS
DE LA MONTAÑA
Por
mucho que haya disparidad de criterios en torno a la “fiesta”, no
podemos dejar de reconocer que ha habido toreros que han sabido
aportar su magia a las plazas; toreros que han dejado salir su
“duende” al igual que lo sabían hacer muy bien los “Cantaores
de Flamenco”.
Cuando
una voz pura se adueña del silencio, del espacio, de los
sentimientos, y unas lágrimas rebeldes asoman irremediablemente por
los ventanales de nuestros ojos, podemos decir que hemos sido
testigos de un momento mágico.
Cuando
un corredor tras muchos minutos corriendo, se contagia de naturaleza,
de paisajes y pierde la consciencia de lo que era para convertirse en
lo que es en ese instante; cualquiera que lo vea será testigo de
otro momento mágico.
No
es fácil vivir ni ser testigos de momentos mágicos a menudo; se
nos encamina desde pequeños en otras direcciones que nada tienen que
ver con la búsqueda de uno mismo, ni con el presente; se nos empuja
directamente al precipicio de lo material, de aquello que tiene una
marca, un precio, y por lo general una caducidad.
Las
voces puras son confinadas en los más recónditos lugares, porque
nada tienen que ver con las marcas ni con los valores de esta
sociedad actual que nos invita a hablar cuando deberíamos callar, o
a caminar cuando deberíamos de estar quietos o lo peor de todo, a
estar quietos cuando deberíamos de movernos.
Hay
muchas personas que nos proporcionan momentos mágicos, a lo largo de
nuestras vidas, y entre ellos por ser muy numerosos, quiero destacar
a los corredores por montaña.
Llevo
algún tiempo siguiendo más o menos de cerca, este tipo de
acontecimientos, y siempre me ha llamado la atención, un gesto que
se repite muy a menudo; el último, el penúltimo o uno de los
últimos, en el momento de pasar bajo el cartel de meta, y después
de un esfuerzo a veces descomunal, sonríe; sonríe como si le
acabara de tocar la lotería, aunque entiendo que es un gesto, más
de satisfacción que de alegría.
Para
que nos hagamos una idea aproximada de lo que quiero decir,
imagínense ustedes un partido de balón pie, donde el equipo
que ha perdido por goleada se dirige a los vestuarios sonriente y dicharachero, tanto o
más que el otro equipo; ¿se hacen ahora una idea? ¿Cuántas veces
lo han visto?. Probablemente nunca.
Sin
estar en mi ánimo desmerecer otras especialidades, creo que los
corredores por montaña,
son de otro planeta; no son de este mundo, hacen cosas que no son
normales, que se salen de la regla; no reparan en gastos y menos en
kilómetros; no hay uno solo que no haya tenido intención de
abandonar en algún instante de la carrera, ni uno que no haya sufrido nunca
algún percance, ni uno solo que no tenga un montón de amigos. Salvo
las lógicas excepciones, se respetan, y a menudo se admiran, pero
sobre todo saben valorar a los que invierten ciento cincuenta horas
en vez de poco más de la mitad que tardan en recorrer la misma
distancia los primeros.
En
otras especialidades, los últimos son la “casta” más baja, los
“perdedores”, los “nadie”; aquí, en esto de la montaña,
todas las piezas del tablero tienen el mismo valor,
independientemente del orden de llegada y aunque a los ojos de los
demás, los primeros siempre serán los primeros. A mi parecer la
mayoría de las veces que entran en meta levantando los brazos, no lo
hacen como signo de victoria sobre los demás, sino sobre sí mismos.
Son
verdaderos atletas, con sus liturgias, sus manías, adictos a algún
tipo de “zapa”, a largos entrenamientos que en muchos casos no
serían necesarios, pero que no les convierten en “masoquistas”
aunque en ocasiones sufran como perros, y a veces opten con sabiduría
por el abandono.
Sabedores
de que una simple rozadura puede dar al traste con todas sus
ilusiones; procuran llevar alguna “tirita” por si las moscas.
Conocen la importancia de un buen material, pues a ninguno se le
escapa que en ocasiones se la juegan, a veces por la dificultad del
recorrido y a menudo por las inclemencias climáticas que no solo
influyen en el recorrido, sino también en un posible rescate.
Aunque
siempre hay algún “loco” que disfruta con el riesgo, en su
mayoría, cuidan la alimentación y la bebida y hacen sus cálculos
en función de la dificultad, de la zona, del recorrido e incluso de
sus capacidades físicas.
No
tienen grandes marcas deportivas detrás que les conviertan en
millonarios tras unos años de actividad en el más alto nivel;
(bueno tal vez si tienen grandes marcas, pero la segunda parte es una
verdad como un templo); es cierto que algunos tienen la ropa gratis y
alguna cosilla más, pero nada comparado con lo que puede obtener el
más mediocre de los “futboleros” o el más inútil de los
políticos.

Se pirran por las “capas”, y saben perfectamente en qué orden se
colocan; hablan entre ellos de la importancia de saber “bajar”,
de controlar el esfuerzo, de desniveles positivos y negativos, de la
importancia de saber “leer” un mapa; que no hay que derrochar,
sino administrar la energía; conocen como nadie la importancia de
una costura, de una cremallera, de una rozadura, por eso buscan
material que las evite, por eso tienen tanta importancia unos simples
calcetines, porque saben que las distancias en la montaña varían,
nada que ver con los tres minutos que otros son capaces de hacer en
una pista.
Son gente muy sabia, pero
sobre todo tienen una cultura extraordinaria del entorno; y tienen
una cualidad que cada vez se está perdiendo más, saben escuchar,
aprenden y se dejan aconsejar, y por muy, muy grandes que sean en su
vida normal; cuando están allá arriba, no son más que la piedra
más pequeña del camino, disfrutan con el entorno y lo cuidan como
si fuera su propia casa, pues utilizan el sentido común que les
advierte de que lo más probable es que quieran volver alguna vez a
pasar por el mismo sitio, incluso piensan (y eso es lo más raro hoy
día), que tal vez sean otros los que pasen por allí y recogen sus
latas, sus mondas de plátano o cualquier indicio de que alguien ha
pasado nunca por aquél lugar, para que todo el que pase la próxima,
descubra cada vez ese paisaje distinto y variable que nos ofrece la
montaña..

Pero hay una cualidad más
y no me cabe duda de que es la más importante de todas, una cualidad
que les permite hacer recorridos imposibles en tiempos imposibles, en
condiciones imposibles para el resto de los humanos; hablo de la
fuerza de voluntad, de la capacidad de resistencia mental, del diablillo que todos tenemos en la cabeza y
que nos marea a veces para que nos rindamos; ya puede afilar su tridente o traer más colegas del infierno que aquí no tiene nada que hacer; estos tios siguen a lo suyo y aunque pasen el mal trago, como todo hijo de vecino, en vez de abandonar, se crecen, se crecen y se crecen.
La cabeza pesa lo suyo, y
desde luego hay en el plano técnico, una ubicación ideal para ella;
dominar los impulsos que se generan en su interior es otra historia;
no es tan sencillo, y sin embargo estos "toreros de la montaña", son los mejores dominando la mente.
Por último quería dejar
aquí unos pocos detalles de alguno de estos “toreros”, solo
cinco entre los cientos que podría citar, me podría valer cualquiera, solo que a estos les conozco un poco mejor:
Salvador Calvo, es un
atleta ya veterano y excepcional, que lleva años dándonos muchas
alegrías, y permitiéndonos disfrutar de un montón de “aventuras”,
en las que el mismo goza del mejor modo posible, como participante y
espectador al mismo tiempo. Verdaderamente no creo que Fernando
Alonso haya hecho más méritos que “Salva” para ganarse el
príncipe de Asturias, y no es afortunadamente el único como he
dicho anteriormente.
Oscar Pérez, es otro
corredor al que quería citar, aunque en principio era en relación
con una prueba ya superada hace meses el “Integral de
Valdecebollas”, donde me llamó mucho la atención, no porque
resultase ganador, sino porque me pareció un hombre ágil, y muy
sencillo, una cualidad que efectivamente atesoran muchos corredores
por montaña. Pero dadas las circunstancias creo que será mejor
reflejar aquí su última gran heroicidad, en la que para algunos es la prueba más dura del mundo (tendré que darme prisa
porque si no para cuando cuelgue esto, tal vez ya no sea la última),
llegar el primero en el Tor des Géants, mejorando por horas el
record de la prueba, pero sobre todo respondiendo al comentarista que
no se sentía campeón, sino solo un buen atleta, le deja a uno un
poco perplejo, ¿alguien da más?.
Junto a Oscar, compitió
(aunque no fue el único español), otro personaje ilustre de los
“ultratrails”, es otro humilde más entre los humildes y entre
sus mayores éxitos cuenta como dice Roberto Carlos “con tener más
un millón de amigos”; entró en cuarto lugar en el Tor, en un año
en que comenzó a entrenar con bastante retraso, por causa de una
mala caída que le impidió hacer lo que más le gusta, que es
disfrutar de los bellos parajes que tiene cerca de su tierra
(Cantabria). Este bombero que podría vivir paseando turistas por
cualquier lugar de los Picos de Europa, y que está considerado por
lo que me ha dicho alguno de sus colegas, el mejor en rescate de
montaña y de los mejores en incendios, cometía la bendita locura de venir por segunda
vez al Tor y eso le otorga a Pablo Criado, más mérito aún, al
tiempo que se dispara considerablemente su aureola de “hombre
duro”.
Voy a citar ahora a Pablo
Manuel Villa, un joven corredor, conocedor y amante de la
montaña desde niño, tanto para recorrerla con “zapas” como con
“pies de gato”, y del que nadie diría que está dando sus
primeros pasos en esto de las carreras por montaña; a pesar de sus
tres participaciones ya en la “Travesera de Picos” o la machada
de realizar el “anillo de picos en formato invernal” junto a
Salva y Jesús Martinez Novás, o por citar lo último; a pesar también, de su cuarto puesto en la TDS
del Mont Blanc 2012.
Y para finalizar este
grupito de cinco atletas extraordinarios, voy a sacar a la palestra a
Ana Bustamante, la conocí el mismo día que a Pablo, allá por los
altos de Áliva; como no podía ser menos aquí tenemos otra mujer
sencilla, que adora tanto su profesión como devorar kilómetros, con
esa filosofía que conocéis muchos de vosotros, “ si
deja de ser divertido, eso no es lo que yo quiero”;
como veis en estas condiciones en su casa todos los días son
festivos, y cuando no se va a Picos, se va al Mont-Blanc, e incluso
se ha atrevido con el Tor; coincide como muchos de vosotros en
entrenamientos un tanto anárquicos, pero la tía se lo pasa pipa.

Estoy completamente
seguro de que ninguno de ellos se considera el mejor en esto ni en
otros órdenes de la vida; pero eso no quita para que día a día
intenten superarse, y mejorar, eso si, siempre sin perder de vista el
lado divertido, convirtiendo el sufrimiento en felicidad, y eso es lo
que os hace a todos vosotros (como a ellos), grandes, eso es lo que
os hace únicos, por eso espero que no os moleste que si alguna vez coincidimos por allá arriba, os llame
“toreros de la montaña”.