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PEREGRINOS EDICIÓN 2013
Ha
sido esta una edición especial para mí, al tiempo que gratificante
y concluyente.
Para
empezar, no he pegado una en el clavo en casi todo el día. Decidí
pasar a última hora de ir a la salida, porque tal como estaba el
patio, lo más probable es que no pudiera ver a ninguna de las
personas que más me interesaban, de modo que dejé atrás Ponferrada
y si no fuera por un golpe de lucidez, (que a veces ocurre), hubiera
aparecido en la Coruña, de modo que vuelta para atrás.
Para
cuando llegué a Toral de Merayo la mayoría ya había pasado, de
modo que al siguiente punto, no recuerdo si Santalla, el caso es que
la cola de vehículos este año era interminable, los que conocían
el paño, se daban la vuelta, pero yo aguanté estoicamente mi media
horita allí, de modo que para el siguiente punto en el cruce de
carreteras dirección médulas y Paradela, también llegué tarde, de
modo que decidí ir a lo seguro y enfilé con el coche para
Ferradillo, el punto más alto de la maratón, me llevó un rato por
caminos perfectamente, y quien sabe si afortunadamente abandonados.
Esta
vez acerté de pleno, aparqué en una pequeña pradera y a esperar.
Como el intervalo fue largo, hubo tiempo para darle a la lengua con
unas cuantas personas de las responsables del avituallamiento, y
otras que estaban por allí, dando muestra de la cultura que la
tradición, la pobreza en muchos casos y la propia sangre han ido
dejando por estas hermosas tierras.
Conocí
a Angélica, a su marido; a los hijos de uno de sus hijos; conocí a
Miro, y a unos cuantos vecinos más de este pueblo, parcialmente
abandonado; conocí el agasajo, la hospitalidad, la generosidad, el
acogimiento sin reservas de esta gente extraordinaria que sufre las
crisis como todos, pero que ha sabido mantener antiguas costumbres,
que la vida moderna se empeña en exterminar.
Pude
ver pasar a David y a Víctor muy enteros, pensando ya seguramente
que lo complicado ya estaba hecho.
Como
negarte cuando te invitan con tanta cordialidad, a probar el pollo,
los pimientos asados, las salchichas, la carne a la brasa, la
empanada, la ensalada con productos de la huerta berciana, el queso
con membrillo, el pan del horno de Angélica, los diversos postres
caseros, el café, el orujo de menta, el de hierbas... en fin no
quiero aburrir ni exagerar, pero cuanto hubiera disfrutado un “Targi”
como Pablo Criado por estos lares.
Decir
que todo estaba rico, sería mentir, porque no hay palabras para
describir ese sabor a cariño que te queda en el paladar cuando comes
cosas hechas en casa, con tanto amor que siempre se desprende algo en
el guiso.
Pena
me dio despedirme de estas gentes; son estos recuerdos entre otros,
los que llenan una vida y los que te animan a recordar cosas pasadas.
Pero la vida sigue y Ana y los cántabros me esperaban por Orellán,
de modo que con la ventaja de la cuesta abajo, me despedí de todos,
y no descarto hacerle a alguno una visita por Santalla un año de
estos.
Tomé
rumbo pues hacia el mirador de Orellán cuando ya rondaban las tres
de la tarde, ignorando que hubiera tenido tiempo de sobras para ver
llegar a alguno de mis chicos a Ponferrada, pero quien me iba a decir
a mí que aquello se alargaría hasta prácticamente casi el
anochecer.
Y
mientras tanto, una nueva visíta a las Médulas, que de momento para
eso están, para admirarlas, al tiempo que gastaba la energía de mi
batería haciendo foto tras foto; siempre pendiente de dejar algo de
energía para las “gallas”, y algún otro cántabro que había
sido de la partida.
La
espera se hizo larga, pero las atenciones de mis amigos de Ferradillo
me habían cargado las pilas al máximo y hubiera podido aguantar
toda la noche en pie de guerra.
Tras
charlas con unos y con otros, pues no son estos competidores
habituales, sino disfrutadores, impenitentes, y contumaces
empedernidos, se fue pasando el tiempo, hasta que llegó Encarna con
una famosa bandolera de la sierra madrileña, de nombre Ana y otra
elementa más, que no conocía, y que echaba pestes de todos los
políticos, de todos los gobiernos y de todos los ciudadanos del
mundo que tienen por costumbre enfrentarse a las dificultades
bajándose los pantalones.
Así
pasamos algunos minutos de esos de “a sesenta”, hasta que llegó
el trío que esperábamos, prácticamente cantando, y con una
chulería que ya quisiera para sí el ministro de justicia, o el de
sanidad, o en fin... cualquiera de ellos.
El
caso es que tras una paradita, unos abrazos, unos besos y todo el
ritual propio de viejos conocidos, nos despedimos del trío hasta la
próxima y bajamos los demás, en busca de las burras, donde nos
despedimos el resto y yo puse rumbo a casita.
Con
todo esto, me había olvidado hablar de la carrera, ya ves, algo
tendrá que ver lo de Ferradillo; pero ahora ya no hay vuelta atrás.
Por
mi parte, salvo el atasco monumental, nada que objetar; por parte de
los participantes fundamentalmente ciclistas con los que puede
hablar, alguna queja aislada por los precios y sobre todo, por la
dureza progresiva en este tipo de carreras; aunque como yo dije,
parece que entre más dificultad, más participantes, y por
desgracia, como esto va camino de convertirse en negocio, pues allá
cada uno se las componga. Además, ahora que doparse no tiene ya
castigo, pues cuando sea demasiado duro, ya se sabe, a meterse gasofa
en la vena, que total, porque dure uno unos años menos; a quien le
importa.