Lo percibo, lo siento, lo
vivo, lo disfruto, lo cuento. Cada día que pasa me encuentro mejor.
Qué digo mejor, mucho mejor. Soy una persona nueva, ya no es solo
que no me conozcan mis antiguos vecinos, es que me cuesta reconocerme
a mí mismo cada mañana delante del espejo.
Todo comenzó hace ya un
año. Me mudé de barrio, al principio no me gustaba mucho, gente por
todas partes, pocas zonas verdes y demasiados vecinos, que como viene
siendo habitual en esta era de la comunicación, no saludan, y si te
los topas de frente, casi ni te miran. Ya estaba de nuevo volviendo a
saborear lo peor de la “depre” hasta que un “hola” de buena
mañana me cambió la vida.
Clotilde es el nombre de
mi vecina, tiene un nombre horroroso, pero un cuerpo divino, una voz
que encandila, que relaja, que te pone a soñar desde la primera
palabra que sale de su persuasiva boca; es en definitiva, la mujer
con la que todos soñamos, inalcanzable para el común de los
mortales, y sin embargo ahora es mi vecina.
Tengo la imperiosa
necesidad de contarlo a los cuatro vientos; solo he necesitado siete
días para darme cuenta de lo equivocado que estaba. Clotilde,
Clotilde, Clotilde, no entiendo como en algún momento me pudo
parecer un nombre feo, Clotilde, Clotilde, Clotilde,no me canso de
repetirlo, y en cada ocasión, surgen una y otra vez las mismas
emociones, la misma sensación de estar en paz con el mundo, la
euforia y la dicha en sus más altas estancias.
Clotilde tiene treinta y
tres años menos que yo, pero a mí no me importa. Ahora salgo de
buena mañana a ver mundo, en casa hago mis ejercicios y luego salgo
a correr como alma que lleva el diablo; bueno, en realidad solo un
par de minutos, luego cuando veo que no puedo aguantar el ritmo me
paro, ando un poco y luego corro de nuevo, pero más despacio.
Un día me enteré de que
mi Clotilde salía a correr a la luz de la luna y me alegré tanto,
que para cuando quise estar listo ya se había ido. Al día siguiente
pude seguirla hasta la segunda revuelta y la perdí de vista, de modo
que al tercero cogí el coche hasta que se metió en un parque.
Estuve observando ensimismado como daba vueltas al rededor y me
prometí que no tardando mucho estaríamos juntos disfrutando a la
tenue luz de las farolas.
Al cabo de unos meses,
cuando consideré que ya estaba listo para la acción, me dejé caer
por el parque como que no quiere la cosa y me puse a dar vueltas, las
dos primeras me pasó sin darse cuenta de que era yo, de modo que
como no podía desaprovechar la ocasión, a la tercra la saludé.
Casi se me cae la baba con la pareja de besos que me dio, luego me
dijo “voy a seguir que me enfrío” y por más que intenté
mantener su ritmo me fue imposible.
Han pasado ya otros tres
meses y creo que ya estoy listo, de modo que me vuelvo al parque para
celebrarlo, pero Clotilde no está. Vuelvo todos los días pero sin
resultado. Tengo el corazón en un puño, me temo lo peor, hasta que
una mañana nos encontramos en el ascensor y me cuenta que ha estado
de vacaciones con unas amigas en la montaña. Mis esperanzas de nuevo
son grandes, estoy agradecido al mundo y el simple hecho de respirar
me llena como el más sabroso de los alimentos.
Una semana después veo
como un joven sale de la casa de Clotilde, me saluda muy amable y me
imagino que debe ser su hermano, porque además del buen trato tienen
cierto parecido. Ese mismo día me encuentro con ella de nuevo y le
digo lo de su hermano, pero me contesta que no es su hermano, que es
su novio que se ha venido a vivir con ella.
Definitivamente...
Clotilde es un nombre de mierda.