Roberto y yo éramos
íntimos, la mejor amistad que se ha conocido en el mundo entre dos
personas. Ambos sabíamos de los deseos del otro, ambos funcionábamos
como dicen que actúan los hermanos gemelos, ya llevábamos años en
esta situación y entonces nos cruzamos en el camino de Michelle.
Nuestra amistad surgió
de niños; fue un tropezón cuando yendo cada uno en dirección contraria,
chocamos de tal manera que ambos caímos en el suelo como dos
monigotes. Nos quedamos mirando y en el mismo espacio de tiempo,
ambos nos dijimos “perdona, no te había visto” y nos
echamos a reir.
Yo creo que le gustas,
nos dijimos al unísono, y por mi parte tengo que reconocer que un
pequeño quemazón me recorrió el plexo solar al pensar que podría
ser para otro; pero llevábamos solo dos días viéndonos, la amistad
con mi amigo era auténtica y aunque deseaba su cuerpo no estaba enamorado de ella.
Pero todo llega y ya en
la primera semana la zozobra se instaló en mi cerebro y no solo no
podía pasar sin verla varias veces al día, sino que además cada
vez me gustaba menos que se fuera sola con Roberto.
Tres únicas semanas
fueron suficientes para hacer visibles ciertos cambios y cuando aún
nada había comenzado ni terminado, Michelle se fue dejándonos
heridos de amor y de orgullo; y así humillados y vencidos cada uno
intentó seguir su camino como pudo lejos ya de aquella amistad que
antaño nos profesáramos.
Años después supe que
lo de Michelle conmigo había sido un flechazo en toda regla, que se
enamoró de mí desde el primer día (su primer amor con lo que
eso conlleva me dijeron). Se fue por mi deriva hacia el egoísmo
más atroz y rastrero capaz de terminar en unos pocos días con una
amistad que había durado años. A Roberto nunca le quiso, pero era
mi amigo y por lo tanto siempre procuró tratarle como tal; y para
colmo a mi amigo nunca le atrajo lo más mínimo y solo quiso ser
amable con ella por estar conmigo.
Para cuando lo supe, ya
me estaba abandonando la quinta pareja en mi vida, (esta vez mi
mujer) me había dejado también por los mismos motivos, ella lo
llamaba celos, pero yo lo único que deseaba era tenerla controlada
por su bien, sus amigas eran unas estúpidas y sus amigos unos
giliverzas. No podía permitir que ejercieran esa influencia negativa
que emana de los falsos amigos y sin embargo tanto preocuparme y mira
como he terminado una vez más.
No saben lo equivocados
que están y nunca comprenderán los peligros que entraña el exceso
de libertad.
¡Así les parta un rayo
a todos!