Hay un hecho diferencial
entre tanto trapo de color que hacen parte de un colectivo, que
ni lo ha elegido, ni sabe de donde ha salido; y sin embargo el
significado siempre es el mismo: “YO y TU”.
Efectivamente, la
principal función de cada bandera es diferenciar, ya que podría de
otro modo suceder que en una guerra los pobres soldados no se
atreviese a disparar contra el enemigo si lleva la misma bandera. De
modo que unas y otras que por cierto en los origenes tenían diseños
similares, se fueron adaptando hasta convertirse en exclusivas.
Las doscientas banderas
más conocidas del planeta, se subdividen a su vez en miles y miles
de insignias diferentes y cada uno de esos diseños en otros muchos
dependiendo del cariño o la estupidez que cada habitante de ese pequeño
grupo le tenga a su tela.
Nos han educado en el
amor a la bandera, como nos han adiestrado en el amor a un dios que
dependiendo de la parte del mundo de que se trate tiene su símbolo
propio, y nos han aleccionado de tal modo que para la gran mayoría,
cualquiera de esas figuras, se situará inevitablemente por encima de
cualquier ser humano, sea cual sea su país, comunidad o paisanaje.
Con los tiempos
comprobamos que fuera ya de guerras globales (global por los lugares
donde caen las bombas y los civiles), las banderas son carreteras sin
retorno usadas por la comunidad política para remover falsas
conciencias y exclusivamente para beneficio personal.
En la mayoría de las
ocasiones la pasión por “nuestra bandera” nos convierte en adictos y
esa dependencia mental y física nos transforma en seres vulnerables, capaces
de actuar como posesos si somos convencidos por las personas
adecuadas, lo que no nos diferencia mucho de las peores sectas
conocidas a lo largo de la historia.
Algunas banderas como la
de Israel utilizan un símbolo religioso como es en este caso el
talit, excluyendo de ese modo cualquier otro pensamiento religioso
como patriótico. Sea como sea, no hay ninguna observación que hacer
respecto al orgullo de haber nacido en un determinado lugar, pero
cuando esa excelencia te lleva a pensar que eres diferente o te eleva
por encima de los demás, lo siguiente suele ser una de las peores
armas que dominan por desgracia el mundo actual, que no es otra cosa
que el desprecio a los que no son como tú, a los que no piensan
igual y sobre todo a los que en general tienen la manía de pensar
por sí mismos.
Pertenecer a un lugar
concreto, implica también características propias, que no es otra cosa
que “ese peculiar temperamento” que llamamos idiosincrasia, que
nunca ha sido debidamente respetado por los pueblos o mejor dicho por
los gobernantes que nunca han tenido interés en la gran aportación
a la humanidad que consiste en la unión de lo diferente. Pero ser
distintos no evita que seamos ciudadanos del mundo, como tampoco nos
da derecho a poner barreras ni a utilizar la fuerza para conquistar
otras poblaciones.
Como habitantes que somos
del planeta tierra; jamás deberíamos permitir que el reducido
número del “divide y vencerás” supere a los del “SOLOS SOMOS
INVISIBLES, UNIDOS INVENCIBLES”