Lo llaman meditación y
todos impulsivamente pensamos en monjes del Tibet o de lugares
lejanos; y sin embargo cuando sustituimos esa palabra por
“reflexión”, o como la traduce el diccionario: “acción de
pensar con detenimiento”, ya nos parece cosa nuestra. El problema
es que somos incapaces de ir más allá de la palabra.
Corremos sin rumbo fijo,
seguimos las flechas como autómatas sin que aflore otro sentimiento
que el maldito esfuerzo, el sufrimiento, las dudas y el qué dirán
si no alcanzamos el percentil adecuado.
Nos olvidamos del
verdadero motivo por el que comenzamos a derramar las primeras gotas
de sudor y aquellos momentos en que pasados los primeros compases de
puesta a punto, todos más o menos comenzamos a sentir el placer que
nos proporcionaba “correr sin más”.
Nos ponemos manos a la
obra, y aumentamos paulatina o desproporcionadamente las distancias,
todos le exigimos más a nuestro cuerpo, pero nadie le escucha;
queremos mayores ritmos, buscamos las competiciones más y más
complicadas, e irremediablemente, terminamos por hundirnos hasta el
cuello en la ciénaga mediática.
Pocos se preocupan de
sosegar sus impulsos, de eliminar los conflictos con la mente y en
definitiva de escuchar las ligeras variaciones del motor; esa
maquinaria que bien lubricada y con los cuidados adecuados nos
permite salir cada día a las calles, al campo o a la montaña.
Es preciso meditar de
cuando en cuando hasta que esa amalgama de “no pensamientos”, se
convierta en una rutina no buscada; hasta que esa reflexión se
convierta en conocimiento, y con el tiempo en la sabiduría que nos
aportará las claves para correr felices y completos.
Cuando te resulta
placentero correr, cuando lo disfrutas de verdad; la satisfacción,
no llega de los kilómetros que vas sumando, sino de cada elemento
asociado al entorno inmediato, del suelo, del aire, de los pequeños
ruidos, de los colores y los sabores que sin llegar a empalagar,
tienen su función dentro de la boca. Pero sobre todo llega de la
ausencia de circunstancias negativas, porque la reflexión nos ha
enseñado que en realidad no existen, porque hemos aprendido a
expulsar barreras físicas y mentales; siendo conscientes a estas
alturas de que en esta vida, hasta lo menos favorable, llega en
nuestra ayuda si se lo permitimos.