Se
advierte a los lectores en relación con lo que van a leer, que cualquier parecido con la realidad o es
simple coincidencia o pura ficción:
Pepe, concejal del
ayuntamiento de la localidad de “Saraos”, da el visto bueno para
que Juan, que es constructor, pueda desviar el cauce del río
“tarantán” por una finca que casualmente es de su propiedad,
mientras duren las obras de un proyecto consistente en levantar una
“casa del pueblo” con la última tecnología en el paraje
conocido como “el pradillo” . Se estima la duración de la obra,
en 33 meses.
Algunos vecinos del
pueblo ponen el grito en el cielo, porque se preguntan cómo van a
poder regar ahora sus fincas y dicen además, que para que quieren
una “casa del pueblo” que ellos no han pedido, que para eso ya
tienen el “teleclub”; que con un buen retejado y unas manos de
pintura, puede albergar todas las tecnologías necesarias; a saber
una buena mesa para el dominó, y otra para el perejil que es a lo
que juegan Doña Venancia, la Palmira, Eudosia y la Gelines los
domingos y ¡ah!, una estufa nueva, porque la que hay huele a gas y
cualquier día estalla la bombona y les deja fritos a todos.
Se reúnen varios vecinos
y van a ver al presidente del pueblo, el cual les comenta que él
nunca estuvo de acuerdo con este proyecto, que es obra del concejal y
de su cuñado Juan (el constructor), ya que por lo visto cuando llega
la canícula, el cuñado, o sea Juan (el constructor), no tiene
suficiente agua con la que le llega para llenar la piscina, que él
(el presidente del pueblo) ya ha hablado con el alcalde y este le ha
dicho que por sus “c” que esa obra se hace y que no hay más que
hablar.
Como quiera que la
Venancia, casualmente, tiene un hijo en Madrid que estudia “leyes”,
deciden ponerse en contacto con él para que les asesore.
Pasadas unas tres
semanas, y agobiados por los cortes de agua dado que ya han comenzado
las obras, deciden realizar otra llamada a Don Nicolás (el hijo de
la Venancia), el cual les responde que tiene muchísimo trabajo, pero
que por ser ellos este mismo fin de semana que tiene un asunto por
allí cerca se desplazará al pueblo y que además (también por ser
ellos), les aplicará la tarifa especial que tiene para los amigos.
Lo de la tarifa causa
cierto revuelo en unos y recelo en otros; pero al final las dudas se
disipan al concluir que se trata de un paisano y no de uno
“cualquiera”.
Efectivamente, el domingo
a la hora de la partida, se presenta Don Nicolás en el teleclub, y
tras una breve charla, les dice que no se preocupen que va a hacer
todo lo posible por parar las obras inmediatamente, pues entiende que
la ley está de su parte (de los indignados por supuesto), que le
sabe mal, pero tendrán que abonar cinco mil duros, por mor de una
serie de gestiones, recursos y entrevistas, pero que en breve, no
solo todo quedará solucionado, sino que piensa que las costas
correrán a cargo del demandado.
Pasadas otras tres
semanas, ya han comenzado las obras en el pradillo, pero las máquinas
se van dejando un gran agujero en una zona próxima a la pared sur
del cementerio, porque por lo que se ve aún hay bastante caudal y
así dicen que es imposible trabajar.
Mientras tanto en casa de
la Venancia, hay una pequeña discusión, porque de Don Nicolás nada
se sabe y a sus fincas ya no llega ni una sola gota de agua. Doña
Venancia les asegura que no hace ni diez días que “Colasín”
estuvo reunido con el Alcalde, el concejal de obras y su cuñado
(Juan), y que por lo que ella pudo observar, se le veía muy contento
(a Don Nicolás).
A todo esto, Alfredo
(otro vecino del pueblo), que no había querido saber nada de nada,
desde lo de los cinco mil duros, había mandado venir a uno de “San
Cisterna”, para que le hiciera un pozo en la “retozona”, (finca
de su propiedad); con tan buena suerte que podría haber, una gran
bolsa de agua a solo seis metros de profundidad.
A los pocos días se
presenta el alguacil en casa de Alfredo, con un escrito del
ayuntamiento en el que se le notifica que se le paraliza
inmediatamente la obra del pozo, dado que no ha solicitado el permiso
pertinente. El alguacil que es un primo lejano de su mujer (que en
paz descanse), le susurra que todo es cosa del concejal, porque según
su cuñado (Juan), la bolsa viene de las corrientes del río.
Don Nicolás, vuelve de
nuevo a reunirse con los vecinos, que están ávidos de noticias; el
leguleyo les comunica que las cosas se han torcido un poco, a causa
de una amistad que tiene el constructor en los “madriles” y que
si quieren seguir adelante, hay que poner siete mil del ala, porque
el contacto que tiene en Madrid, por menos no da un palo al agua.
Ya va para varios meses
que el caudal del río pasa por la finca del constructor, pero las
obras de la casa de cultura aún no han comenzado, los vecinos ya no
saben muy bien qué hacer, ni de quien fiarse, pues se comenta que
Don Nicolás es ahora, el abogado que representa a Juan en la demanda
que ha presentado Alfredo por la paralización de la obra del pozo y
también es el abogado del ayuntamiento frente a la causa abierta por
la denuncia del presidente por el derrumbe de una parte del
cementerio, consecuencia de las obras del pradillo.
Por si fuera poco, ha
salido un edicto de la alcaldía, avisando, que queda terminantemente
prohibido excavar en busca de agua, sea por el método que sea, con
lo cual los vecinos, que han perdido ya a estas alturas las cosechas,
ya no podrán sembrar nada en el futuro.
En poco menos de un año,
aunque la vida sigue su curso, sin embargo, que se sepa; el río ha
pasado a ser propiedad del constructor, el concejal y el alcalde
tienen los dos sendos cochazos de marca, que son la envidia de todos; Don
Nicolás, aunque ya no se habla con su madre, tiene una piscina nueva
en un chalet de su propiedad en una zona residencial de la capital
denominada “tres duros”.
Como se ha podido
observar, el origen del problema ha sido: el afán
desmedido de Juan que ha pisoteado
los derechos de un pueblo para su exclusivo beneficio; la falta
total de honradez de un alcalde y un concejal que en vez de
defender los derechos de los ciudadanos que les votaron, han aceptado
sobornos pensado solo en sus bolsillos;
en un hombre de leyes, sin principios que ha estafado
a sus clientes y por último y tal vez el verdadero origen del
problema, en unos vecinos, que pensaban, que los gobiernos son
elegidos para mejorar la vida de sus ciudadanos, que las personas
como Juan son necesarias para la prosperidad de un país y que los
hombres de leyes son todos justos.