Hoy tengo ganas de
escribir, pero no se qué contar. Ayer tenía varias ideas pero ya no
me acuerdo de qué iva la cosa (mierda, ya estamos con las faltas de
ortografía). Lo que sí que me doy cuenta es de que a veces me pongo
a escribir y de pronto me quedo paralizado ante alguna palabreja y
empiezo a dudar sobre si lleva ache, (¿ves lo que te digo?) si “b”
o “v” o si el acento va allá o acullá.
Esta mañana tenía una
necesidad imperiosa de ponerme las zapatillas y salir a correr; pues
bien, tengo como doce o catorce pares y no sabía cuál ponerme,
porque aún no había decidido la ruta, ni el tiempo (¿os lo podéis
creer?). Me asomé a la ventana y hacía un día expléndido,
majestuoso, y el monte parecía decirme “VEN”.
Cuando por fín logré
decidirme le llegó el turno a la camiseta (de esas seguro que
tengo más de sesenta); la que más me gustaba no iba con las
zapatillas, de modo que preferí primero ponerme los pantalones, que
ahí si que no había problema porque estaban todos en la lavadora
menos uno. Me volví a asomar y no se veía ni una nube, de modo que
me decidí por algo claro como había leído repetidamente en los
manuales del corredor.
Tras la laboriosa acción
de vestirme me miré al espejo y me gusté un montón, solo me
faltaba decidirme entre riñonera o minimochila, porque para la media
hora aproximada que pensaba estar por ahí no necesitaba mucho más.
Con los geles no suelo
tener problemas porque me los regala mi amigo Cidón que es
representante de una marca importante en el sector, de modo que tras
amarrar un par de geles y un par de barritas energéticas ya estaba
listo para la batalla.
Siempre suena el teléfono
cuando lo que queremos es que no suene; no se cómo ocurre pero
ocurre. Era Fulgencio que necesitaba la sierra de calar, y justo en
ese momento me acordé que no había preparado las sales. Anda el
hombre haciéndose un armario porque dice que los de la tienda salen
por un ojo de la cara, pero no se yo... quedamos donde Mariano a las
doce y media, para que me diera tiempo a salir y a ducharme.
¡Por fin!, fue abrir la
puerta y darme un no se qué que me dejó todo pensativo. Me senté
en el sofá porque necesitaba meditar. Para cuando quise darme cuenta
ya se había pasado casi una hora y me percaté de que solo me
quedaban quince minutos para lo de Fulgencio.
Encima que le llevo la
máquina, el tío, no solo se cabrea, sino que dice que ya no la
quiere y todo porque he llegado quince o veinte minutos tarde.
Decididamente es un caprichoso de tomo y lomo.
Que le den hombre, (será
caradura el tío), que le den (jeta); que les den a todos
(subnormales) que por su culpa hoy me he tenido que fastidiar sin
salir a correr.