Segismundo se llama, sí,
como el personaje de Pedro Calderón de la Barca, pero en esta época.
Segismundo tiene un
título de entrenador que pasea con orgullo en alguna de sus tarjetas
que desde hace años, siempre lleva en el bolsillo.
Van ya cincuenta tacos
acogiendo bajo su tutela a gente de todo tipo, cincuenta años de
tratar de acrecentar las cualidades de unos y de otras, cosa que no
siempre consigue, porque el material que le llega no es precisamente
lo mejor de lo mejor. Tiene esa espina clavada y con cada pupilo
renacen las esperanzas de que al menos por una vez la fama le roce
aunque sea levemente.
Fué medallista en un
campeonato de España a la edad de trece años, una promesa en
ciernes que no logró superar jamás aquella gesta; todo el mundo
daba por hecho que llegaría lejos, pero las cosas a veces se tuercen
y vaya si se torcieron, porque jamás volvió a quedar en una carrera
ni siquiera entre los seis primeros.
Es Segismundo de los que
piensan que solo el trabajo y más trabajo le dará un medallista
algún día, pero aunque alguno ha estado cerca, en cuanto le ha
apretado un poco más las tuercas para conseguirlo se le ha roto por
algún lado. No desespera porque a pesar de todo, que él sepa, tiene
fama de buen entrenador y si no es un día es otro, siempre aparece
algún chaval con ganas de llegar lejos y vuelta a empezar.
No se deja hacer
Segismundo; es un entrenador de los duros, de los que saben
perfectamente lo que quieren; ha llegado a tener hasta veinte
chavales ocupando tartán; porque en esto también la antigüedad es
un grado, y a pesar de las críticas la calle uno es prácticamente
suya y no de esos pringaos que hacen un curso de quince horas por
internet y ya se creen entrenadores. La calle uno a veces la comparte
con Servando que no en vano es el único de los alrededores que
estuvo en un tris de ir a unas olimpiadas, y a sus setenta y nueve
años dos días por semana tiene calle asegurada; faltaría más.
Sus pupilos le llaman
“señor” y los demás Don Segis que es a lo más que han podido
llegar; y salvo Servando; de tú, ni dios. Aún recuerda a aquel
gilipollas de concejal ofreciéndole la posibilidad de dar unas
clases de gimnasia a gente mayor de la localidad menudo cabreo
agarró; luego se lo dieron al pelotas de Cipri, que solo le falta
besarle las botas al concejal de deportes cada vez que aparece por
las pistas.
Don Segis es consciente
de que el tiempo avanza, de que cada vez le quedan menos
posibilidades de encontrar su “mirlo blanco”; pero sigue pensando
lo mismo que hace cinco décadas; que, nunca se sabe; que: “tanto
va el cántaro a la fuente...”.
Han pasado solo dos años
de su muerte y del Sr. Entrenador, ya nadie se acuerda; bueno sí,
Servando que ahora tiene que hacer las series por la calle ocho.