Este fin de semana he
sido invitado a una casa rural en plena montaña; no se si ha sido el
aire, los cambiantes paisajes o simplemente la naturaleza a menudo
salvaje que me rodeaba, pero me he sentido como trasladado a otro
tiempo; a otra época lejana donde te das cuenta de la basura mental
que inunda nuestros cerebros.
Salvo la ropa, (¡gracias!
Jaime), el resto fue como un aprendizaje a veces casi de
subsistencia; porque aunque atesoremos una memoria genética que nos
empeñamos en destruir a golpe de modernidades, poco a poco vamos
olvidando que tiempo atrás, nuestros sentidos eran los mejores
sustitutos de esas empresas que machaconamente insisten en ponernos
una alarma a la puerta de nuestras casas ofreciéndonos una
seguridad que jamás tendremos.
Jaime, debe ser de esos
pocos bichos raros que no usan teléfono móvil (ni falta que le
hace porque aquí afortunadamente no saben lo que es tener
cobertura). De los pocos que se hacen su pan, su vino, que
cultivan sus lechugas, sus gallinas y un larguísimo etcétera que lo
convierten en un individuo capaz de subsistir larguísimas temporadas
sin hacer ninguna compra; aunque de momento, mientras crezcan sus
árboles se ve obligado a pagar por talar cierta cantidad de madera.
Por Jaime me he enterado
de la existencia de un tal César Tamborini; un argentino afincado en
León de pluma ácida y fácil. Saben los argentinos más que nadie
de reivindicaciones, no en vano les llevan robando el pan y la vida
todos sus presidentes al utilizar al pueblo como su moneda de cambio
(por aquí no vamos muy eufóricos que digamos ).
En unas hojas sueltas
colgadas de un alambre del servicio que hacen las veces de papel
higiénico, encontré un artículo titulado ¡LA JUBILACIÓN ES
INVIABLE!; en el cual el maestro Tamborini, desmonta todas y cada una
de las falacias encaminadas a hacernos creer que no hay dinero para
los jubilados, y que haríamos muy bien (dicen) en hacernos seguros privados y otras privacidades.
Dice Tamborini, con
mejores letras que las mías; que el estado no es un benefactor,
puesto que los jubilados ya han cotizado durante su vida laboral para
que llegado ese momento se les retorne lo sustraído. Que igual que
ocurre con la salud y la educación, es necesario que cunda la imagen
de que lo público no se sostiene para que los corruptos campen a sus
anchas.
Nos recuerda como se nos
descuentan cantidades mensuales de nuestra paga desde el primero al
último día de nuestras vidas; que pagamos impuestos por tener
coche, (por comprarlo, por venderlo, por mantenerlo)
por tener piso, (por comprarlo, por mantenerlo, por
venderlo) por aparcar, por la gasolina, el agua y el vino
o la cerveza, a cambio todo ello de una subida de a veces céntimos
o lo que suele ocurrir con demasiada asiduidad, bajada real de sueldo
por aquello del aumento de precios o causa de esa crisis que
inventaron ellos.
Recuerdo finalmente de
aquél artículo algo que se está convirtiendo en una de las mayores
monstruosidades llevadas a cabo por el hombre y el estado a partes
iguales. Nos habla Tamborini de un estado insaciable e insensible con
las personas mayores y me viene a la memoria las mil ochocientas
setenta monedas de euro que paga mi prima Tere para que descuiden a
su madre; recuerdo también la venta precipitada de algunas tierras,
su propia casa y las noches sin dormir hasta conseguir que sus
hermanos escotaran cuando se quedó sin trabajo (imposible
cuidarla en la pensión).
Dice también el
argentino, “es evidente que los
que manejan el “cotarro” tienen asegurado su bienestar”.
Muchos de ellos aún no lo saben o no quieren saberlo, pero también
serán un día despreciados en alguno de esos “hoteles para
mayores” en los que si no lo remediamos terminará recalando la
herencia de guapos, feos, altos y bajos.