RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

2 oct 2020

E L I S E O

 

Mi madre murió cuando yo tenía la edad de tres años, mi padre falleció a los cinco aplastado por las ruedas de un carro que manejaba una mala mula. A pesar de todo, mis mejores recuerdos son los besos y las caricias que mi madre me prodigaba en sus pocos ratos libres.

A partir de los cinco, una hermana de mi madre me acogió en su casa por un corto periodo de tiempo, pues tras malvender toda mi herencia incluida la casa familiar, me mandó de criado para un pastor de un pueblo de la provincia de Zamora cuando aún no había cumplido los siete.

Eran malos tiempos para casi todo el mundo, y no era el mío el único caso de niño trabajando desde la más tierna edad para ganarse el pan diario; luego he sabido que hubo otros muchos niños que vivieron infancias mucho más terribles que la mía y supongo que como hice yo, se adaptaron a una situación que todos nos pensábamos que era natural.

He pasado muchas penurias en mi vida, incluso hambre; mucha hambre; incluso tiempos en los que les tenía que robar la comida a los perros del tío Jesús porque parece que le preocupaba más su alimentación que la mía, de modo que de cuando en cuando me las apañaba para mermar su ración de pan duro, que mojado en algunas ocasiones con le leche que sisaba de las cabras que paseaba a diario, me sabía a rosquillas. Para tal menester no me quedaba más remedio que migar el zoquete y ocultarlo entre los diversos bolsillos que tenía entre los pantalones y la chaqueta de pana que afortunadamente eran tan largos que me llegaban casi a las rodillas; con la calor me hacía una faja que ocultaba bajo la camisa y ni se notaba. En la zamarra poco podía ocultar o mejor dicho nada, porque el amo me la revisaba antes de mandarme con las ovejas al pastoreo.

En algunos lugares escondidos, tenía sendos cuencos hechos de unos cocos que el ama compró a un vendedor ambulante y que afortunadamente pude librar de la chimenea sin vislumbrar el uso que les daría más adelante.

Con el tiempo, siendo ya un adulto de once años, me pude fabricar unos reteles y los dejaba temprano bajo el agua a falta de carne, con algún trozo de pellejo y eso y una buena hoguera, ayudaban a matar algo que era más que gazuza, ya que en aquellos tiempos la hambruna era recia, pues una vez más la guerra vino a mermar aún más los pocos recursos de los que disponíamos los pobres.

No merece la pena contar más detalles sobre mi vida, salvo que me casé con una buena moza y aunque todos decían que el Eliseo era un hombre cabal y muy tranquilo; tengo que confesar que durante toda mi vida he extrañado sobre todas las cosas la ausencia de las caricias y besos maternos.

Dicen que el hombre ya ha llegado a la luna, tengo que reconocer que viajar ahora en el coche de línea, nada tiene que ver con ir y volver a la capital en la burra, pero a mí personalmente me dan miedo tantos avances; porque si ya nadie se acuerda de uno que está a un palmo aquí en la tierra ¿que será de la humanidad cuando la preocupación sean otros planetas?