Durante aquellos años
fue la mujer más odiada de la academia. Llevábamos tres veranos
coincidiendo en casa de Don Orestes y aquél fue el
último, porque nos trasladamos a Bilbao por mor de un puesto
importante que le habían ofrecido a mi padre.
Se llamaba Reme y los
apellidos de lo más vulgar, Fernández y González; pero respecto a
otros atributos, me tengo que morder la lengua, porque unos pechos
como piedras, unas piernas de modelo a juego con un excelente culo,
amén de un pelo maravilloso y una nariz extraordinaria, conseguían
sin esfuerzo que todos los hombres se la quedaran mirando como si
fuera una diosa.
Yo creo que no la odiaba
porque fuera guapa, sino porque me quitó a Fernando durante casi mes
y medio. Luego el muy mamón, quiso volver conmigo pero ahí pinchó
ya en hueso. Yo me moría por él pero no podía rebajarme después
de lo que me había hecho, y yo creo que fue entonces cuando comencé
a odiarla con todas mis ganas.
De aquél verano recuerdo
que Remedios estaba preparando ya unas oposiciones, y Don Orestes, le
enseñaba lo que tenía que hacer, lo que no tenía que hacer, lo que
tenía que decir y hasta lo que debía soportar; porque “ya se
sabe hija en este mundo patriarcal, a las mujeres en la oficina os
quieren de floreros, y si demuestras ser más lista que ellos, para
tí tienes; de modo que hasta que llegue el momento, utiliza la
inteligencia, que es la mejor arma que tienes”.
Yo creo que a ninguna (y
sobre todo a ninguno) se le olvidará, un simulacro de oposición en
la academia, donde Remedios debía poner en práctica todos los
trucos que había aprendido en los últimos meses. De jurados, el
propio Don Orestes, Orlando y Federico, el resto como observadores
para presionar más a la opositora.
Yo estaba sentada en la
segunda fila; entró la Reme con una camisa apretada a la que al
menos le faltaban tres ojales por abotonar, una falda que más corta
ya no sería falda sino cinturón y eso sí, pintada pero sencilla,
nada de brochazos, algo de rimel, las cejas bien depiladas y un
carmín entre rosa y rojo brillante que llamaba la atención.
Fue sentarse y a Federico
y Orlando no se qué les atacó, pero decir que estaban alelados es
poco decir, tal vez la palabra sería petrificados; claro que cuando
me tocó escribir las preguntas en el encerado lo entendí y no pude
menos que llevarme una mano a la boca. ¿Será guarra? Claro, con la
falda tan corta, se le veía todo el pico de las bragas y ella tan
campante.
Ninguna sabíamos nada,
pero al parecer lo de la ropa era exigencia de Don Orestes y no
debieron ser malos consejos, porque en menos de tres meses la Reme ya
estaba trabajando en una oficina y ganándose un jornal, mientras las
demás ahí estábamos pelando la pava y gastando el dinero en clases
particulares.
Han pasado algunos años
y no se como calificar lo sucedido aquél día; supongo que a ella le
sirvió. A día de hoy soy incapaz de juzgarla. Yo que nunca he
tenido estómago para dejarme manejar por ser mujer; al final, he
tragado carros y carretas como una imbécil; ya que me ha tocado
lidiar con un energúmeno como marido que no solo me ha maltratando,
sino que además y lo que es aún peor, ha secuestrando mi libertad y
hasta mi propia identidad durante más de diez largos años.