Desafío Cantabria
(2ª parte).
Uno de los puntos de
mayor afluencia de público, sin tener en cuenta la llegada, fue
posiblemente la zona de Fuente De;
mientras el teleférico cargaba y descargaba temerarios viajeros,
unos puntitos por allá arriba, parecían moverse con lentitud, pero
la mayoría marcaba ritmos estratosféricos para las alturas de
competición que llevaban en sus mentes y en sus piernas.
Uno que se limita a mirar
desde abajo, no se imagina como nadie que no sea una cabra, pueda
bajar por los diminutos senderos que se adivinan en algunos puntos
del recorrido, e incluso en alguna zona de pedregal por encima de una
hermosa cascada que deja caer sus aguas al vacío, situada casi en el
centro de lo que constituye un kilómetro vertical de recorrido. Esa
es precisamente la clave; los que estamos fuera utilizamos la
imaginación, esta nos lleva al temor y el temor a la parálisis;
mientras que los que están participando en esta prueba, no piensan;
actúan y se centran en la carrera.
Se les ve pasar
fatigados, sudorosos, sucios algunos de tanto barro y otros de alguna
caída, y sin embargo a ninguno se le ve desfallecido y como si la
vida les fuera en ello acercan la tarjeta con cuidado al lugar
convenido para que quede registrado su paso por este control y sin
perder un segundo, y tras dedicar la mayor parte una sonrisa al
personal, siguen su curso sin detenerse ni un solo instante, pues
para una gran mayoría, el objetivo es solo terminar.
Solo uno de ellos para en
cada avituallamiento, no parece más cansado que el resto, pues lo
que su rostro refleja es más un sentimiento de pena que un síntoma
de fatiga; cuando llega al punto donde nos encontramos Santi y yo;
inclina con humildad la cabeza y despliega un pequeño cartel que
lleva en todo momento con él hasta cruzar la meta; solo en ese
instante comprendemos su dolor y su pena, el cartel reza: “VIVIRÁS
EN EL RECUERDO TERESA FARRIOL”. En esos instantes uno pone
las neuronas a trabajar, sin obtener ningún resultado; es más
tarde, gracias al recuerdo que proclama la pancarta, cuando me viene
a la memoria un desgraciado y reciente fallecimiento en una prueba de
reconocido prestigio.
No suelen ocurrir
accidentes en las carreras por montaña; no más que en otros
deportes; pero cuando ocurren duelen profundamente; todos los que
participan son conscientes de que ni siquiera en el sillón de
nuestras casas podemos decir lo que pasará al cabo de un segundo; y
tal vez por eso muchos son los que tras probar en este tipo de
carreras, descubren que a veces el valor del tiempo no lo da el
reloj, sino las sensaciones, las emociones, el barro, el agua, o el
aire puro, y en contra de lo que muchos piensan, no es el riesgo lo
que se busca en este tipo de pruebas, sino el esfuerzo y la lucha que
les ayuda a crecer un poco más cada día.
Creo que me repito al
hablar de la humildad que caracteriza a esta gente; no se si el
terreno por el que transitan a menudo tendrá algo que ver; tal vez
la enormidad de las montañas y el no existir otra cosa más allá
que el cielo tengan algo que ver; o puede que sea simplemente, porque
reconocen como pocos la dificultad que entraña pasar unas cuantas
horas por allá arriba, pasando calor o tiritando, sufriendo o
disfrutando (que no son antónimos, sino complemento uno del otro),
porque solo el que ha sufrido la tempestad puede disfrutar al máximo
cuando llega la calma. Por eso mismo y porque son más conscientes
que otros, que esto no va a durar eternamente, saben apreciar como
nadie unos minutos de buena compañía.
Sea como fuere, el hombre
del cartel, cumplió y aunque Teresa seguramente desearía ser
recordada por lo que fue más que por lo que le sucedió; TERESA
FARRIOL vivirá en el recuerdo de los más próximos y de los que
nunca la conocimos personalmente.
Pero como ya hemos dicho,
la vida sigue y en este Desafío, la vida siguió su curso, cada uno
jugó sus bazas y una vez hubo finalizado la prueba, vinieron las
críticas, que es como debe ser por otra parte y afortunadamente para
los cientos de personas que se implicaron directa o indirectamente;
en este asunto, entre las que se cuentan al parecer, algunos alcaldes
de la zona, (cosa que les honra); los elogios han sido cuantiosos, y
como se suele decir, hasta el último mono se merece una enorme
medalla.
En cuanto a los más
directos responsables, no había más que verles las caras para
adivinar que todo había ido a las mil maravillas.
Yo personalmente, he
disfrutado como nunca, ha sido una de esas agradables noches en vela
que no olvidaré en mucho tiempo, y tengo mucho que agradecer y a
mucha gente, a Pablo por supuesto, porque fue el culpable de que
iniciara mi viaje hasta Espinama, pero también a Encarna y Ana por
arriesgarse a contar una noche entera con mi presencia, a otra Ana
(Memphis) por aguantar mi cachondeo con el asunto de la fotografía
sin torcer el gesto ni un momento (ver las fotos en el blog).
A Santi, porque pensando
(inocente de mi), que le estaba sacando de ritmo en nuestro
particular descenso desde el refugio de Aliva hasta la localidad de
Espinama, tuvo la deferencia de hacerse el muerto para darme una
pequeña victoria moral. Dice que está bajo de forma, pero no le
hagáis caso, porque en más de un momento se le veía en los ojos
que deseaba correr, y no dudo que en breve se pondrá a la tarea,
primero unos metros y después unos kilómetros; no olvidemos que
tiene que comprobar el estado del terreno en Castrocontrigo para la
próxima edición de la Tilenus, y, que mejor manera que disfrutando
de un pequeño trote.
Del resto, pondría aquí
sus nombres si los recordara, porque todos y cada uno, aún sin
conocerme de nada, fueron una excelente compañía en todo momento.
El broche de oro, me lo
pongo cuando bajamos al comedor del “Remoña”, nos vamos
colocando por grupos, y es ahí donde comienza la verdadera
competición, es aquí donde comienzan a hacer efecto las barritas,
los geles y demás potingues. Es una verdadera carrera contra el
reloj por ver quien acumula mayor cantidad de risas, por ver quien
disfruta más del momento.
Aquí se aprecia
perfectamente que todo ha sido perfecto; los rostros de todos están
radiantes, relajados, cada uno está en su ser y eso crea un aurea
perfecto de energía que atrapa a todos, incluso a los pocos que
reflejaban cierta fatiga. Pablo que ya a diario es broma pura; aquí
no para de reírse, y los demás otro tanto de lo mismo, pues Salva
que es la eterna sonrisa, aquí se multiplica.
Llegan los enormes
chuletones caseros, "Made in Remoña", y ahora sí; aquí nadie se corta un pelo, no
existen complejos de ningún tipo entre los corredores por montaña;
ahora la batalla es despiadada, a muerte; aparecen tantos cuchillos
practicando cortes perfectos que solo este instante sería suficiente
para otro libro de García Lorca.
Sobre el salpicón de postres, casi,
ni me atrevo a hablar; aún sigo en estado de “shock”; si algún
inocente pensaba que lo de la montaña era duro; que se atreva a
sentarse en mi sitio en esta mesa y pruebe a meter la cuchara en el
plato. Fue aquella una tarea imposible, esta gente está muy bien
preparada, lo de Pablo lo entiendo, pero Salva que parece que no
rompe un plato o la Bustamante (que ¡ojo!, nada tiene que ver con el
cantante), me hicieron comprender aquello de “el tamaño no
importa”; afortunadamente Montse que las veía venir nos sirvió
hasta tres remesas, y ya en la tercera y en un descuido del personal,
pude catar una cosa redonda de chocolate, con la sorpresa de un higo
dentro y entonces lo comprendí todo; aquellos postres no eran de
este mundo; fue probar y comenzar a repartir codazos a izquierda y
derecha blandiendo mi cuchara de postre y… lo siento pero, es que
no puedo parar de llorar de la emoción, lo dejo aquí porque no
puedo más, de la vuelta os contaré otro día.