RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

1 oct 2022

VÉRONIQUE

 

María Jesús, cuenta con los dedos de una mano el tiempo que le queda para cumplir sesenta, sabe que va un pelín sobrada de peso, pero lo suple con garbo gracias a un excelente ojo para la ropa y otros detalles que solo una persona experta sabría distinguir.

Hoy es el día; en realidad uno de esos días; la cita es a las ocho de la mañana en punto, siempre procura acudir a primera hora porque puede ver en esos ojos que adora el rastro de una noche corta de sueño y eso le encanta, aunque por otro lado sufre un poco por el madrugón que ocasiona forzando la situación.

La primera cita fue apoteósica, salió de aquella estancia cuya característica principal podríamos definir como ausencia de detalles importantes, salvo una cama en el centro, un pequeño retrato, una flor sobre una mesita blanca, una versión especial de “La chica de la ventana” y finalmente, un aparato de esos que hace las veces de escuchador.

Cuando en la primera cita aquella voz se deslizó por sus oídos, se dijo que todo en aquél momento era perfecto y que de algún modo tendría que prolongarlo cuanto pudiera. “Quítese la ropa por favor”, no había pensado en ello, a pesar de que así funcionaban estas cosas, pero cuando sintió sus manos recorriendo su cuerpo por un instante, el infinito; no sintió relajación, sino algo entre escalofrío y descarga eléctrica recorriendo todo su cuerpo.

No le sobraba el dinero a María, pero al fin y al cabo, todo el mundo paga gustoso por recibir placer y ella no sería la excepción, de modo que antes de finalizar la sesión ya estaba pidiendo una nueva cita para esa misma semana y aunque para entonces ya sabía muy bien que la respuesta sería las cuatro y cuarto, tras un pequeño tira y afloja consiguió las ocho en punto de nuevo.

Fue seguramente una casualidad tener unos meses antes, aquella visión al trasluz de la persona que desde aquél instante se convirtió en objeto de sus deseos más puros e impuros tal vez fuera una percepción errónea y no la persona más bella de la tierra. Su pelo tan profundo que llamarlo negro sería grosería, sus ojos de mirada limpia penetrante y sincera la nariz muy bien proporcionada y unos labios que pedían besos, muchos besos; tratar de definir el resto de su cuerpo resultaba tarea imposible para María, pues en cuanto intentaba pensar, nacía en su interior un deseo irrefrenable de acariciar que le alejaba constantemente de la realidad.

Hubieron de pasar unos meses para que declarase sus intenciones, los nervios no le dejaban articular las frases que durante tanto tiempo había ensayado, los “me gustas” “me siento atraída por ti”, dieron lugar a frases sin conexión, y palabras sueltas era lo único que salía de sus labios. En la segunda ocasión consiguió decir todo lo que anhelaba desde lo que para ella eran tiempos inmemoriales; pero Véronique, la dama de sus sueños con mucha delicadeza le dejó claro que le gustaban las mujeres solo como personas, amigas o compañeras, para otras cosas prefería la compañía masculina.

Se prometió María, a pesar del buen tacto de Véronique que jamás volvería a caer en semejante ridículo; y hasta se sintió culpable por dar rienda suelta a sus sentimientos; cabizbaja llegó a su casa y lo primero que hizo fue sacar el teléfono del bolso para llamar a su fisioterapeuta favorita y pedir “otra cita”, esta vez a la hora del blues, las cuatro y cuarto.