RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

17 ago 2024

Sara

 

Trabajaba en una oficina del centro por las mañanas y por las tardes salvo los lunes que cerraban atendía la barra de un conocido bar de la ciudad, lo que suponía días de más de dieciséis horas que al final de cada jornada se le hacían agotadores, llegando en las pocas y raras ocasiones en que aflojaba la clientela a cabecear siendo objeto de cierta burla por parte de algunos clientes veteranos.

En casa espera un marido en paro que si esta de buenas alargará el suplicio unos cuantos minutos cosa que se convertirá a veces en más de una hora si el día no había sido del agrado del maltratador.

Se dice a menudo que ha tenido suerte con no tener hijos y en esos momentos llora desconsoladamente por aquél que perdió tres años atrás tras una de las primeras palizas que le propinó su marido y que posteriormente se multiplicarían.

Tenía diecinueve y ya trabajaba en la oficina cuando le conoció. Le pareció el hombre más amable del mundo; a menudo se deshacía en detalles y cuando no eran unas flores era un pequeño obsequio, un hermoso bolso, un foulard, (para adornar tu precioso cuello decía él), o cualquier cosa que a ella le hacía sentirse la mujer con mayor fortuna del mundo. Sí; a menudo se recordaba que era una mujer con mucha suerte.

La boda no fue gran cosa, porque el prefirió algo íntimo y de sus amigas, que eran unas cuantas, solo asistieron por lo tanto las dos más cercanas; por la otra parte solo asistieron tres amigos junto a sus padres y tres de sus cinco hermanos.

Fue sin duda el día más feliz en la vida de Sara, salvo por una pequeña discusión que su ya entonces marido tuvo con sus hermanos y durante un tiempo se preguntó que le habrían hecho para cabrearle de ese modo.

Piensa a menudo en abandonarle, pero desde el principio cuando entonces trabajaba de electricista, el maneja en exclusiva las cartillas y a ella le deja una pírrica parte para sus gastos que por otra parte casi no puede destinar más que para el supermercado, pues desde que le echan del trabajo, la espera día sí y día también al salir de la oficina y prácticamente nunca la deja sola.

Para una sola vez que salió a desayunar con dos de sus compañeros, la que se montó al llegar a casa fue de órdago; aquél día solo fue una bofetada que resonó más en su cerebro que en su cara, inmediatamente el se fue y ella rompió a llorar preguntándose que habría hecho mal.

Lleva casi tres años en este infierno y como él sigue en el paro; de esos tres dos son de doble turno, cosa que por un lado prefiere, pero que no la libra de recibir golpes en días aleatorios, como si fueran un recuerdo de su mal comportamiento.

Hoy ha hablado con sus jefes y le han dado el traslado a una empresa que tienen en Ponferrada en la provincia de León, le ha costado lo suyo tomar la decisión, pero por fin ha llegado a la conclusión de que no tiene culpa de nada, de que es una víctima más y de que se merece una vida mejor lejos de este energúmeno. Con las propinas del bar que le ha ido“sisando” a su marido tiene lo justo para pagar dos meses de alquiler por adelantado, de modo que se despide de la gente “que merece la pena” y siente como el corazón quiere volar fuera de su pecho, como si fuera un auspicio de su futura felicidad.

Ha querido la mala suerte, la fortuna o el azar, que alguien en quien confiaba se fuera de la lengua y al llegar a casa siente como alguien le agarra por el brazo y la apalea repetidamente de tal modo que los últimos golpes que recuerda son sordos y casi se diría que no duelen. Son los resquicios de vida que escapan a raudales por su cuerpo ensangrentado.

A él le espera como mínimo y por un tiempo, la cárcel; a ella quien lo iba a decir solamente ser portada de algún periódico, apertura de telediarios, un entierro digno y muchos y falsos “nadie se lo podía imaginar”.