EL
SUEÑO DE MI VIDA
Eran
cerca de las diez de la mañana, teníamos el mar al lado, con unos
barcos preciosos, y comenzaba a llegar algo de público.
Aunque
no me jugaba nada, tenía nervios en el estómago y no estaba muy
atento a las bromas de mis compañeros, pues yo sabía que mi trabajo
era importante.
La
prueba comenzó con un poco de retraso, todo el mundo estaba en su
puesto, jueces, entrenadores, puestos de avituallamiento, y una gran
aglomeración bajo la pancarta de salida de los 20 kms marcha, en la
que salían juntos veteranos, senior y promesas; por supuesto yo
estaba ya en mi puesto.
Comenzó
la competición y parece que con el movimiento los músculos se
pusieron a tono y me olvidé de los nervios para centrarme en mi
trabajo, teníamos por delante seguramente como mínimo una hora y
cuarenta minutos, así que había tiempo para ir captando detalles y
sintiendo las primeras impresiones.
En
el segundo kilómetro uno de los atletas que formaban parte de un
tercer grupo de unas cinco unidades, soltó un juramento cuando el
atleta que marchaba justo detrás le pisó la zapatilla, y le obligó
a apartarse a un lado para atarla de nuevo.
Delante
ya estaban algunos atletas de mucha calidad y los mejores en un grupo
cabecero de unas siete u ocho unidades que se quedaron en cinco al
llegar al kilómetro ocho.
Un
juez le enseñó una tarjeta a otro atleta que se encontraba a unos
treinta metros de mí; ese fue el momento en el que me dí cuenta de
que estaba completamente relajado, como si la competición fuese algo
ajeno a mí, estabamos ya por el kilómetro trece y cada vez me
encontraba mejor.
Fue
como un sueño, poco a poco fui pasando a un atleta tras otro y por
el kilómetro diecisiete ya estaba dando alcance a los mejores, allí
estaban Mikel y un atleta extranjero que no conocía; no me costó
mucho pasarlos, así que me fui a por el resto, Corchete, Miguel
Angel, Arcilla, Benjamín y Juanma, cuando me puse a la altura del
murciano, no me lo podía creer; tengo que confesar que me daba algo
de vergüenza adelantarles, pero cada uno tiene que hacer lo que
tiene que hacer.
Solo
me quedaba Paquillo, así que un pequeño esfuerzo suplementario y me
permití el lujo de mantenerme un poco tras su estela, sabedor de que
aunque quedaban menos de quinientos metros para meta tenía tiempo de
sobra para pasarle.
Y
así lo hice, fue una sensación extraordinaria, yo al lado del mejor
marchador del mundo, volví la cabeza para mirarle por última vez y
ya no se lo que pasó; solo oía ruidos, voces, mucho jaleo; en un
principio pensé que era el público que me animaba, era una
sensación extraña, dolorosa y placentera al mismo tiempo; cuando
abrí los ojos todos estaban pendientes de mí; me dolía la cabeza,
y sobre todo el hombro izquierdo, a pesar del terrible mareo que
sentía, pude distinguir mi bicicleta a excasos metros de mí;
entonces pude pensar con claridad y me pregunté si el parte de
descalificación habría llegado a tiempo.