SUCESOS QUE NO SUCEDEN
Salustiano es el único
habitante de Sansecillo de Abarro, antes eran más habitantes, pero
con el “bum” de la industria uno a uno se fueron marchando para
la ciudad, hasta que se quedó solo.
Hay en el pueblo, un
molino de más de dos siglos, que gracias a los cuidados del viejo,
se mantiene en un excelente estado; incluso cada quince días muele
grano para hacer pan y alguna otra cosilla.
No necesita mucho para
sobrevivir, una pequeña huerta, un azadón, su viejo colchón de
hojas de maíz, leña, agua y los animales que le dan algo de carne,
leche, un poco de unto y cuero.
A veces se siente solo,
pero el hombre es feliz, pues acepta su destino y se conforma con lo
que tiene. De cuando en cuando pasan por el pueblo caminantes, que se
tiran el día trepando y destrepando las montañas; a veces también
alguno le da a la lengua y echa entonces de menos la petaca y el
papel de liar, pero lo remedia con un trago de vino.
Un día, amaneció más
temprano para Salustiano, pues a eso de las cinco de la madrugada, el
ruido de unas cuantas máquinas, junto con las voces de los operarios
le sacaron de la cama; nadie le había preguntado nada, no estaba
avisado, se supone que Salustiano era además del único habitante,
también el presidente del pueblo. Preguntó a unos y a otros pero
nadie le supo decir nada; incluso con algunos no pudo entenderse
porque hablaban un castellano un tanto raro; al final logró
comprender que en un todo terreno blanco había un encargado que se
lo podría explicar, de modo que para allá se fue, ya estaba a punto
de llegar al vehículo cuando se escuchó un sonoro ¡pero que hace
este hombre aquí! ¿alguien me puede explicar de donde ha salido?; y
como todas las miradas se dirigieran hacia él; contestó:
-“Salustiano soy y
en este pueblo vivo desde hace 87 años.
-¿Que?
A lo que una voz
contestó: “que dice que vive aquí en el pueblo”.
- Que tonterías son
esas, aquí no vive nadie desde hace años; a ver venga para acá y
explíqueme que es eso de que vive aquí.
- Pues no se que hay
que explicar, que vivo aquí, y dígales a esos que salgan de mi
huerto.
El hombre del coche
blanco, sin hacer mucho caso y tras hojear varias veces una carpeta
que previamente había pedido a uno con pinta de no haberse lavado en
mucho tiempo, preguntó:
-Vamos a ver, y ¿dice
usted que vive aquí?
- Ya se lo he dicho
nacido y criado aquí.
Mientras el hombre del
coche blanco decidía que hacer, los de las máquinas seguían a lo
suyo, de modo que en menos que canta un gallo, el único habitante de
Sansecillo se había quedado sin casa, sin huerta y sin molino donde
moler el pan.
Para cuando el alto
responsable tras un “no me jodas” se dio cuenta del error;
el único habitante de Sansecillo de Abarro, yacía, rodilla en
tierra frente a la que había sido su casa, mientras una lágrima
rebelde horadaba su rostro, su historia, y su vida.