Era una mañana soleada, pero fresca; en las montañas se observaba a lo lejos y a la perfección la bruma cubriendo sus cumbres y en la ciudad como prácticamente todos los sábados, los motores rugían frenéticos y desacompasados.
Era un día como otro cualquiera para sentirse dichoso, que digo dichoso "MEJOR IMPOSIBLE"; Pablo estaba expectante ante el renovado reto que tantas veces había realizado; la novedad era que esta vez el objetivo era clavarle los dientes en la yugular al tío “Khronos”.
La salida sobradamente conocida, no en vano sus pupilos entrenaban por allí varios días a la semana bajo sus órdenes o bajo las órdenes de Antonio o alguno de sus colegas ayudantes.
Luego ya como les decimos a los extranjeros cuando nos preguntan por la catedral: “coja la primera a la derecha y después todo recto” (siempre me pregunto cuántos de esos llegarán a su destino).
El día acompañó todo hay que decirlo; un día por cierto salpicado de corredores por todas partes como si se hubieran quedado por turnos para sumarse al evento, o tal vez debería escribir para citarse con su propia autoestima y alimentarla como se debe.
Los lugares habituales serían testigos de su paso, la Candamia, los depósitos de agua, el cruce si no recuerdo mal por la zona del Castrillino, luego ya Aviados, a continuación Correcillas y después de una buena trepadita, punto final en uno de esos pueblos que llevan tiempo reivindicando la montaña central: Villalfeide.
Y poco que añadir; salvo una petición de LIBERTAD, para que todos y cada uno sean lo suficientemente constantes en la vida, para llevar a cabo retos de cualquier tipo y nivel, incluidas las adversidades que a veces hasta los propios “amigos” se encargan de mostrarnos constantemente y que de cualquier forma no son sino una parte fundamental de la tarea que nos hemos encomendado a nosotros mismos; retos que sin esas complicaciones habituales se convertirían en objetivos insulsos, poco atractivos e incluso podemos decir que dejarían de ser retos al carecer esa dificultad.
