RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

16 ago 2021

D E S V A L I D O S

 

Cuando tienes a tu cargo una persona que supera los noventa y muchos, sabes que las excepciones a veces se convierten en la regla, la primera norma que ves caer es aquella que dice que la distancia entre dos puntos es la línea recta. Lo de la experiencia es un grado, sí que vale en este caso, y aplicas lo aprendido en función de la tarea, o tal vez tendría que decir de la dificultad.

Por supuesto la duda está siempre en el orden del día, y en ese caso el mejor recurso es acudir al especialista para que te la resuelva; y aunque la paciencia siempre es una virtud muy apreciada en estos casos, a menudo o al menos alguna vez no te queda más opción que la urgencia.

Cuando menos te lo esperas (aunque las sorpresas no lo sean tanto), intensos dolores a añadir a la larga lista de patologías, te invitan a acudir al servicio de urgencias de tu hospital más cercano. No están los tiempos para acudir muy a menudo a estos centros, pero las urgencias a veces son eso, una visita obligada para intentar paliar una situación que te desborda.

En los hospitales podemos encontrar de todo como en cualquier otro trabajo, solo que allí hay tanto personal que es muy sencillo encontrar desde el que va por los pasillos con aire de marqués, al que de ser la luz más escasa metería miedo al mismísimo demonio, doctores que dan la impresión de no dar ni golpe, enfermeras que van aceleradas con o sin urgencias y luego están los ángeles.

En este caso el ángel era ELLA; en realidad desconozco si era doctora, enfermera, cuidadora o qué tipo de rango ostentaba, pero tras verla “atender” a varias personas la conclusión no podía ser más certera; me hallaba ante una verdadera profesional. La amabilidad con la que la vi tratar a una anciana solitaria antes de darle el alta, el contacto físico con la enferma, la familiaridad y la suavidad en el tono, estoy convencido de que tendrían a corto y largo plazo, tanta importancia en la curación como el resto de medicinas que aparecían en aquél par de folios.

Fue algo más tarde cuando la escena se repitió con un señor cualquiera con una escayola en una pierna, cuando caí en la cuenta de que a los hospitales mucha gente va con miedo; un temor fruto de la existencia de un término que llaman probabilidad, o dicho de otro modo producto de la ausencia de seguridad por desconocer si lo que te ha ocurrido es más o menos grave, si habrá que ingresar, si van a tener que operar, si has cogido una enfermedad complicada, o cualquier otra cosa que cada uno se pueda imaginar.

Afortunadamente, la mayor parte de los casos son de escasa importancia, y al cabo de unas semanas o unos meses, muchos de los que por allí pasaron están viviendo la vida como si no hubiera ocurrido nada, y no quedará más que un leve recuerdo de su paso por allí.

Pero hablaba antes del miedo; de lo desvalidos que están los pacientes en muchísimas ocasiones ante esa incertidumbre respecto a su futuro próximo. Hablaba también de profesionales, de los verdaderos profesionales que mitigan ese a veces pánico con una frase amable acompañada de un trato cercano y certero, pues la medicina es ante todo curar por dentro antes de curar por fuera, ya que si se da el primer paso, el segundo estará más al alcance de la mano.

Vaya pues esta pequeña narración en homenaje a quienes no solo saben de la importancia que tiene devolverles la seguridad a aquellas personas que aunque sea momentáneamente la han perdido; a quienes con esa actitud de respeto al “otro”, no se endiosan en su cargo y bajan a la tierra para que sus pacientes les sientan cercanos; a aquellos entiendo yo que aman la medicina y tratan de hacer lo que está en su mano para que todo salga bien y recordemos así mismo, que no siempre todo sale bien, en cuyo caso, no podremos exigirles más de lo que ya han hecho, ya que afortunadamente, solo son ángeles, no dioses.