RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

1 oct 2021

EL MARICA

 

No era más que un mocoso cuando comenzó a frecuentar ciertas compañías; vivía en un barrio deprimido en las afueras entre la inmundicia y ahora que lo piensa se ríe de la capacidad que tenía aquel niño para ingeniárselas cada día de aquella dura infancia para pasar por un niño bien.

A veces las broncas en casa llegaban acompañadas de palizas que por aquello de la costumbre se fueron convirtiendo en algo natural como el barro a la puerta de la casa cada vez que llovía.

En el colegio no era de los más avanzados, pero tampoco de los tontos y si no aprendía más era porque no tenía ninguna fe en que aquella educación de vara verde e instrucciones para ser sumiso .

Terminó por encajar en un grupo de pelados que hacían encargos pagados con poco más que falsa ideología para un señor muy encorbatado que pocos conocían.

Se hizo su primer tatuaje en el pecho porque se lo había visto años atrás a un legionario bravo que estuvo viviendo unos meses dos casas más abajo que la suya, pero que desapareció de pronto como si se lo hubiera llevado la brisa matutina.

Comenzó a ganarse fama de duro y se le veía con frecuencia en ciertas manifestaciones junto a sus colegas todos con una pañoleta negra que no dejaba atisbar más que unos ojos ansiosos por encontrarle un sentido a la vida.

Un verano cualquiera llegaron vecinos nuevos, y sin saber porqué, comenzó una extraña etapa en su vida de pendenciero en la que llegó incluso a pasar varias horas a la semana en la biblioteca municipal para interesarse por ciertos aspectos de la política respecto a los cuales le surgían cada vez más dudas.

Un día comprendió que estaba defendiendo justamente a aquellos a los que nunca les había importado un rábano la miseria en la que vivía una gran parte de la ciudad; a partir de ese momento su vida dio un tremendo viraje no exento de percances, porque romper con el pasado nunca es fácil, menos aún cuando tus viejos colegas te llaman traidor.

Se presentó en comisaría para asumir aquello que más le dolía desde hacía mucho tiempo; la muerte de un marica tras una paliza en la que el mismo se había despachado a gusto. No le hicieron mucho caso y le aconsejaron dejarlo correr por su propio bien.

Las horas en la biblioteca aumentaron; comenzó de nuevo sus estudios casi desde cero y con el paso de los años y mucho esfuerzo, se ganó su título de abogado, desde entonces se dedicó a defender a algunos de los que antaño había perjudicado; poco a poco fue granjeándose cierto prestigio entre algunos de sus colegas porque había ganado algunos casos ciertamente complicados.

Llegaba el otoño; serían las siete de la mañana, cuando un fuerte dolor en el pecho le dejó postrado en la acera para siempre. ¡No se lo merecía!. ¡No se lo merecía!; dicen que repitió varias veces con las últimas fuerzas que le quedaban; los testigos nada podían saber; pero los que conocemos su historia, sabemos que aquél fue su último homenaje a alguien cuyo único delito había sido “caminar por la vida de un modo diferente”.