RINCÓN POR RINCÓN: LEÓN

RINCÓN POR RINCÓN:  LEÓN
La catedrál y al fondo montes nevados

17 sept 2021

LA CENA

 

Me había afeitado con prisas pues como suele suceder cuando tienes una cita importante y te lían para salir a las tantas del curro. Era una de esas noches en las que como decíamos en mi barrio le raspa el cutis, o dicho de otro modo en las que había que ponerse algo sobre la camiseta a riesgo de pelar un frío del carajo.

No es Oliva de las que esperan, pero debía de tener el día tonto porque me esperó sus buenos veinte minutos, de modo que cuando ya pensaba dar por zanjada la cita y la vi allí sentada en su flamante descapotable, no pude evitar sentirme feliz. Se había puesto esa chaqueta de cuero que tanto me encanta a juego con una falda cortita también de cuero que no le había visto nunca; desde luego tengo que reconocer que le sentaba de perlas, el pelo como siempre al natural cayendo en cascada sobre los hombros.

Para la cena había escogido yo (para impresionar) un restaurante de cierto prestigio pero un poco alejado de la ciudad; era una vieja casa rehabilitada convertida en restaurante, con más madera que un aserradero, chimenea de leña y ladrillos de esos macizos de los de antes.

El viaje tan placentero que no me habría importado estar toda la noche sentado allí a su lado, a pesar de unos cuantos sustos que Oliva me dio por el camino, ya que por lo visto lo de conducir por la noche no es lo suyo; de modo que no me quedó mas remedio que dejar de mirarle las piernas y centrarme en la carretera por lo que pudiera acontecer.

La especialidad de la casa, eran las mollejas y los revueltos pero sobre todo la carne pomposamente llamada de buey cuando todo el mundo sabe que es vaca vieja, lo que no quiere decir que sea peor que el ternero; esa carne en la que se aprecian ciertas vetas amarillentas que muchos rechazan por ignorancia.

No llevábamos ni un cuarto de hora cuando llegaron otro tipo de chuletas de esos de a dos patas con más músculo que inteligencia y cuyo lema al parecer no era otro que hablar a gritos como si estuviesen perdidos en medio del desierto.

Hay de todo en esta hermosa piel de toro nuestra, pero estúpidos como estos parece que no cesan de aparecer por doquier, como si los tuvieran de oferta en amazón u otro sitio parecido.

Se presentaba jodida la cena, pero mira tú por donde un tío flacucho que estaba sentado a nuestra izquierda, se acercó con mucha parsimonia y en voz tan baja que nadie se enteró de nada algo les dijo que no les debió de sentar nada bien porque con las mismas se largaron en silencio por donde habían venido para algarabía general y salvo el rugido de un motor embravecido ya no supimos más de ellos.

La cena se estaba desarrollando a la perfección, las mollejas de cine, y los espárragos, no se que les echan que están de vicio, pero llegó el cordero y todo se torció, porque verdaderamente cordero no parecía en absoluto, aunque vete tú a decirle a un cocinero de dos metros con una pinta de mala leche acojonante que aquello no era lo que habíamos pedido; de modo que nos tragamos lo que pudimos de aquél plato sin rechistar pero a partir de ahí la cosa ya no se enderezó.

Antes del postre aparece por la puerta una rubia que parecía recién sacada de un tostador acompañada de un tío que parecía haber pedido prestada la ropa a su hijo pequeño; la Oliva que se pone roja como un tomate, gira la cabeza hasta tocarse la rodilla con la nariz, casi con medio cuerpo bajo la mesa hasta que desaparece el fulano por el fondo del pasillo.

La Oliva que se me pone mala y sale pitando del restaurante diciéndome que no se encuentra muy bien, que pague que nos vamos, de modo que llamo a la camarera y le pido la cuenta y justo cuando estoy a punto de irme aparece otra vez el fulano, me pone un dedazo en el pecho, se me encara y me dice que ya me ha fichado y que a la Oliva ya le dará lo suyo cuando llegue a casa.

Yo que soy más buenazo que un juez de paz, le suelto una patada allá donde el pito con tal acierto que todos los que allí estaban escucharon como se le ajustaba tanto el pantalón que se rasgó por toda la culera; lo del aire que se escapó por entre las rendijas no se lo esperaba nadie, de modo que había que ver al gigante persiguiendo clientes porque pensaba que se le marchaban sin pagar hasta que percibió el olor nauseabundo y no le quedó más remedio que unirse a la desbandada general.

Yo me monté en el descapotable por el lado del conductor porque la Oliva no estaba para conducir y menos aún cuando le conté lo sucedido, que ni unas risas se echó la pobre. Lo suyo era irnos a un hotel a terminar la velada, pero al parecer no estaba el horno para bollos, de modo que me dejó compuesto y sin novia a la puerta de mi casa al tiempo que comenzaba a caer eso que por el norte llaman orballo, en otros sitios sirimiri y en mi pueblo CALA BOBOS.